CICLÓN CHAPALA
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2018
Por Ana Bonillo
Existen lugares en la tierra olvidados, desconocidos, pequeños recovecos besados por el mar que pueden llegar a salvarte literalmente la vida.
Ciclón Chapala
31 de Octubre 2015
Uno, a veces se enfrasca en determinadas aventuras porque resulta que la improvisación, el miedo a lo desconocido o la sed de vivir situaciones que merezcan la pena ser contadas, es lo que nos lleva a poderosos encuentros con la naturaleza en los que tú te conviertes en un animal primitivo y tu único pensamiento es sobrevivir.
Era mi primera travesía profesional, junto con el capitán, un hombre de origen francés, entrenado en la legión y recolector de perlas en Polinesia y mi pareja, francés también, con el alma de Moitessier y un ansia irreprimible de aventura. El encargo: trasladar un velero, el Blue Pearl de 67ft desde la costa de Kas, en Turquía, hasta las Maldivas.
Llevábamos navegando 20 días, desde nuestro querido Mediterráneo, hasta el Canal de Suez, Mar Rojo y cruzado con éxito el embudo de Bab el Mandeb y Golfo de Adén, después de luchar dos días interminables con vientos de cara de 35 nudos y sin autopiloto. Todo parecía ir bien hasta que nos llegó el primer aviso del acercamiento de una tormenta ciclónica muy severa con recorrido oeste-sudoeste. Nuestra meteoróloga desde tierra nos pedía encarecidamente que nos acercásemos a la costa, puesto que se preveían vientos de hasta 215 km/h y olas capaces de barrer una isla. Nuestras opciones eran restringidas y peligrosas: Somalia, tierra de piratas , Yemen, controlada por Al-Qaida, Yibuti, demasiado lejos para nuestras reservas de gasolina. Nuestra única esperanza era que el Ciclón cambiase su trayectoria o se debilitase.
Estábamos a 213 millas de Salalah, 30 horas de navegación, teníamos que buscar un recodo donde resguardarnos. Mirando las cartas náuticas, pusimos rumbo al primer punto lo bastante cubierto, unas montañas de apenas 150 metros de altura, Ra’s Darjah.
Durante la travesía a este punto, con un semblante serio generalizado, metimos en una bolsa impermeable víveres y agua como para una semana y recogimos bengalas, teléfono satelital EPIRB, documentación y pasaportes dejándolo todo en la banqueta de la cocina.
Íbamos a full, con una media de 7-8 nudos y un oleaje con intervalos enormes donde cabría un campo de futbol y olas cada vez mas grandes. El cielo empezó a enrarecerse.
Llegamos a la 1330 a Ra’s Darjah y pusimos dos anclas. Rodeados de montañas color ocre, sin vegetación, ni avistamiento de humanos, ni casas, solo centenares de delfines y aves marinas. El cielo ralo, el mar en calma. Una ilusión de paz y conciencia de que habíamos encontrado el lugar correcto.
Comimos y nos relajamos en la bañera esperando… A las 1600, bajé a mi camarote para intentar descansar un poco, pero el ruido de las anclas bajo el casco me lo impidieron. Volví a salir a las 1800, ellos seguían fuera, relajados. Solo pasaron 10 minutos cuando en la más absoluta oscuridad nos llegó una ola de dimensiones grotescas por nuestro estribor llenando la bañera de agua y bajando en cascada por las escaleras hasta la cocina. Una milésima de segundo en el que la naturaleza hizo su presencia. Fue el inicio de las 36 horas más largas de nuestras vidas.
Recuerdo que les grité: Entrad dentro ya!! Y me dijeron: no! Nos vamos de aquí! Las prisas juegan malas pasadas en situaciones tan adversas y ahora tenemos la certeza que no meditamos lo suficiente cuando decidimos alejarnos de allí. El capitán al timón, mi pareja en proa subiendo las anclas y yo con una linterna asegurando nuestra posición con respecto al acantilado.
La proa del barco se hundía en el agua dando pantocazos siniestros, olas de través que nos sumergían nuestro costado de babor. Mi pareja tuvo que lidiar una batalla para desenredar una de las anclas con la cadena de la otra, que finalmente tuvo que cortar para desembarazarse de la situación. Mientras los 80 metros de cadena subían a su ritmo y las olas nos golpeaban sin descanso, mi pareja voló en la proa sujetándose a ambas líneas de vida con los mosquetones y las manos y golpeándose la frente contra la cubierta. Tenia una brecha, que requería puntos de sutura, sangrando.
Con el ancla arriba y todos en popa, el capitán puso el motor a máxima potencia; el viento nos acercaba a las rocas. Yo…me quedé en estado de shock por unos minutos en los que no comprendía, ni oía, ni veía nada, inmersa en un sueño fatídico, ida, sin poder poner mis capacidades a trabajar en esa situación.
Tal era la fuerza de las olas, que la barra de hierro, hidráulica del timón se dobló en un ángulo de 90° dejándonos a la deriva, a merced de los elementos.
Cuando escuché como en eco la palabra MayDay, Mayday, Mayday, my position is: 15°25’870N 051°51’067E…desperté y el miedo no llegó a racionalizarse, estaba en cada partícula de mi cuerpo, sentía el temblor de mis piernas y pensé: “No puede ser, no puede acabar así” Tuve un momento de lucidez cuando les dije: “ Pongamos el ancla que queda!” Mi pareja fue a proa, soltando de nuevo los 80 metros de cadena, había una profundidad de 40 metros, teníamos vientos que superaron los 70 nudos y olas de entre 8 y 10 metros. Nuestra vida dependía de que el ancla se mantuviese firme y como los problemas no vienen solos, el stay de la vela mayor se rompió, las bombas de achique dejaron de funcionar, las baterías murieron inundadas, nos quedamos sin radio, sin AIS, sin GPS.
36 horas en las que no comimos, en las que no dejamos de achicar agua con cubos, manualmente, en las que tuvimos que cambiar las baterías con frontales en la oscuridad más absoluta, bajo una lluvia impetuosa, el silbido desgarrador del viento y el rugido de las olas golpeándonos, demoliéndonos, éramos como un edificio quejumbroso apunto de derrumbarse. El interior del barco era una hecatombe de platos, vasos, comida y puertas rotas, el suelo una mezcla entre agua y aceite por el que salías disparado de un lado a otro.
Nos convertimos sin saberlo en héroes y victimas, en zombis y en supervivientes, en unos obsesos insomnes comprobando si nuestra posición había cambiado.
Recé y recé a ningún Dios concreto y no creí en ayuda divina hasta que la madrugada del tercer día se filtraron unos tenues rayos de sol a través de una capa densa y oscura de nubes. Era nuestro momento y había que salir de allí.
3 de Noviembre 2015
0530 de la madrugada, caña manual de unos dos metros de largo y unos 8-10 kg de peso, para mover un barco de 34 toneladas que había sido reformado y que justo en la trayectoria de la caña había un winche precioso y grande. Cabos por doquier y guardias de a dos, cada dos horas, con lo cual uno de nosotros repetía. Era imposible mantenerlo recto, en zigzag, rompiendo el winche, llegamos penosamente a Salalah tras 16 horas, extasiados psicológica y físicamente. Tuvimos que parar en un puerto pesquero de Yemen para repostar, con un nudo en la garganta y acojonados, pero curiosamente, las desgracias unen a la humanidad y sacan lo bueno que hay en cada uno de nosotros, nos regalaron 180 litros de gasolina para poder llegar.
Como dato y para concluir, el ciclón dejó muerte y destrucción a su paso, la isla de Socotra tuvo que ser evacuada, murieron 11 personas y descansan decenas de pequeñas embarcaciones en el lecho marino.
No pudimos llegar a las Maldivas, los destrozos y la situación acaecida en el Blue Pearl, nos obligó a retrasar la entrega y quedarnos en Omán durante 15 días.