EL FARI Y LA BALLENA
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2018
Por Guillermo Barro Álvarez
Hacía diez días que habíamos zarpado de Las Palmas de Gran Canaria con rumbo a la caribeña isla de la Martinica, formábamos el grupo Ángel, Jorri, Ricard, Guillermo y el Auryn V, un sloop británico de 46 pies de la saga Moody concebido por Mr. Dixon y gestado en Plymouth por Marine Projets, aparejado cutter y, sin duda, el único de los cinco que sabía algo de la mar y de navegar.
Desde la partida estábamos teniendo un tiempo magnífico, alisios constantes de 20 a 25 nudos y una mar de apenas dos metros que el sabio Auryn transformaba en singladuras de 180 millas, transcurrían las horas y los días en la inquietante placidez del inmenso océano el cual, regularmente nos proveía con el dorado o el pez sierra que hacían de la cocina un auténtico concurso masterchef.
Esa mañana prometía ser como cualquier otra, tranquila y excitante, en esa paradoja de sentirte ínfimo y a la vez dueño del mundo y tu destino, en esas elucubraciones estaba-mos cuando de pronto Ángel, siempre atento a todo cuanto le rodea, grita “fondo¡¡ no hay agua¡¡” estábamos en mitad del océano había más de tres mil brazas, “no, es una ballena!!!”, saltamos todos a la banda de estribor y allí estaba apenas a un par de metrosdel casco, una cría de ballena gris de unos diez metros de largo, nadaba a nuestro lado, a la misma velocidad, de tanto en tanto giraba sobre sí misma y nos dejaba ver su blanca panza; a bordo todo eran alegría y parabienes; ya llevaba el cetáceo un buen rato a nuestro costado cuando empezamos a cuestionar la razón de tal actitud, aparecieron diversas teorías entre ellas la posibilidad de que el ballenato confundiera al Auryn con un congénere, nada extraño si tenemos en cuenta las hermosas formas del británico, y seguidamente surgió el temor de que la madre del bicho apareciera de repente y que, quizá intentado proteger a su vástago, se interpusiera entre ambos golpeando accidentalmente al british y la liara parda.
Así que decidimos ahuyentar al animal, primero con educación y buenas palabras para no herir la susceptibilidad del ballenato, cuánto daño han hecho Walt Disney y el National Geographic humanizando a los bichos, aquel animal no respondía a ninguna invitación a irse, ni tampoco cuando aparecieron las malas formas y los improperios.
En esa situación me acuerdo que el agua es un buen propagador del sonido, son muchos los documentales de la dos que nos hemos tragado, y recordando lo aficionadas que son las ballenas a cantar se me ocurre que poniendo alguna canción en el equipo de música conseguiríamos que se fuera, solo faltaba elegir la música adecuada a tal fin; clásica? un repetitivo Vivaldi? un barroco Bach?.. ya está!! “le pondremos al Fari !!” tiro de la amplia fonoteca del Auryn y pongo a todo volumen «el toro los botines» subimos inmediatamente para ver la reacción del bicho y cual no sería nuestra sorpresa ya que, no solo no se alejaba sino que se acercaba aún más y parecía que nadaba con otro ritmo, como rumbeando, incluso llegamos a pensar que palmeaba con las aletas como imitando al maestro; la cosa pintaba mal, de pronto alguien sugiere, “y si le ponemos a Julio Iglesias?” a lo que respondemos a coro “ pobre animal!!!”, pero creo que a veces el fin justifica los medios así que me dispuse a elegir un tema, a la pregunta de “cual pongo?” responden “cualquiera, son todas a cual peor”, así que pincho el primero que encuentro y subo el volumen, inmediatamente observamos en el bicho como un espasmo, como si le hubiéramos dado una descarga eléctrica y de repente salió despavorido alejándose a toda velocidad, mantenemos la tortura durante unos minutos más hasta asegurarnos que se había ido definitivamente.
Felicitándonos por nuestro éxito alguien sugirió facilitar esta información a Green Peace para alejar a los cetáceos de los balleneros, pero nos pareció muy cruel someter a esa tortura a los pobres animalitos.
Después de un magnifico arroz preparado por nuestro ínclito Ricard, ya en la sobremesa y degustando un buen café concluimos que el mundo no puede estar tan mal si hasta las ballenas saben apreciar el arte.
Por Guillermo Barro Álvarez