EL INTRUSO
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2017
Por Osval Cirilo Díaz Gómez
Querido Diario. Una vez más estoy en mis vacaciones escolares en esa playa donde viven mis dos tíos a fin de darme baños de playas para curarme el asma. El primero, Juan, es contratista, tiene una brigada de constructores y muchas de las viviendas construidas en esta playa fueron realizadas por él. Su modo de vida es elevado y como no tiene hijos se alegra siempre cuando yo vengo de vacaciones y se desvive por atenderme permitiéndome montar su motocicleta, atender y montar sus caballos y salir a pescar de noche en su bote de motor cediéndomelo de día para bordear la costa con mis amigos que se asombran que a mi edad me dejan navegar solo.
El segundo, el Gitano, es un desastre, solo piensa en cazar y pescar, viven debajo del tanque de agua que suministra el agua potable a las viviendas de la playa y cuando estoy con él me lleva a cazar patos silvestres a una laguna y de noche a coger caguama que nos sirve de alimento por una semana; también cogemos jaibas y camarones y de día buceamos bordeando el litoral donde más que pescar buscamos prendas que el mar le arrebata a los turistas.
Hoy recogí con agilidad mi careta y mis patas de rana y tomé prestada la escopeta de caza submarina de dos ligas de mi tío Gitano. Pronto llegué en la embarcación de Juan a una zona de buena pesca y después de anclarla me sumergí. Practicar el buceo me encantaba aunque apenas tenía 10 años de edad. Cuando introducía mi cuerpo debajo del agua y contemplaba la rica fauna marina me olvidaba de todo lo exterior.
Una boya me seguía, como sombra. Esta se balanceaba suavemente sobre la superficie transportando una cherna criolla que pesqué recientemente y que movía sus branquias con desgano, como si comprendiera que su herida era de muerte.
Cualquiera que observara la boya, podía verla moverse hacia diversas direcciones; unas veces, trasladada por la brisa marina; otras, por una fría corriente de agua y la mayoría de las ocasiones, por la tracción de una cuerda que moría atada a mi cintura mientras me extasiaba contemplando los paisajes del maravilloso mundo submarino.
Muy cerca de allí contemplaba un cardumen de sardinas que se alejaba a gran velocidad por la presencia de una inmensa barracuda que aparentemente se encontraba estática entre una colonia de abanicadas gorgonias.
Lentamente, sin apenas moverse, la picúa se acercó a escasos metros de la apetitosa cherna, tal vez con la intención de arrebatarle el botín al pequeño intruso que violaba su fondo marino. Después de pararse frente a la víctima, se retiró por su derecha y con un veloz movimiento, inició el ataque devorando en fracciones de segundo, con un fuerte chasquido de sus dientes, la mitad del moribundo pez.
La transparente barracuda realizó un círculo, contempló lo que quedaba de su víctima que pendía ahora en una boya libre y se lanzó de nuevo, con mayor seguridad, a cobrar el resto del pez. Las lúcidas aguas se enturbiaron de furia y al arponear al bravo pez lo llevé hacia el fondo marino, extraje el cuchillo y separé ágilmente su cabeza del cuerpo.
Breves instantes después, en las cálidas aguas de la costa, la boya me seguía, como sombra. Se mecía suavemente al compás de las olas mostrando, como presa, una descabezada barracuda que pesqué por primera vez.
Por Osval Cirilo Díaz Gómez