Relato marinero en busca de una encalmada

EN BUSCA DE UNA ENCALMADA

Por Administrador
Nov 13th, 2017
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CONCURSO RELATOS MARINEROS 2017

Por Agustín Pastore Burgos

Llevo más de quince años contándole esta historia a quien quiera escucharla.  No te  había visto nunca por aquí. Pareces joven. ¿Es la primera vez que navegas hasta Azores? No hace falta que contestes. Se ve a simple vista. Se te nota en los ojos, en la piel… y en que todavía llevas la etiqueta  del musto colgando.

Vamos, no te pongas así. Era una broma sin mala intención. ¿Qué más da? Los que estamos aquí en la  taberna somos un poco bromistas. Nunca es malo echarse unas risas a costa del novato, el  nuevo miembro de nuestra gran familia. Ya lo verás cuando llegue el siguiente y seas tú quien  se ría.

Pero volvamos a lo que estábamos. Déjame adivinar, te han hablado de mi historia y quieres oírla. ¿He acertado? Bien, entonces si has navegado hasta aquí no te molestará invitarme a una pinta. ¿O acaso esperas que te lo cuente todo con la garganta seca?

De acuerdo, ya servidos, empecemos. Todo comenzó hace quince años. Todavía me estaba acostumbrando a navegar en solitario. Hasta entonces había navegado siempre a dos con un tripulante más joven y habilidoso que yo.

Era un día como cualquier otro. Tal vez más calmado que de costumbre para el Mar Cantábrico. Tenía desplegada la mayor, con un rizo por si el viento subía de pronto. Todavía no me fiaba de poder llevarlo todo en solitario. No te puedes imaginar el nivel de compenetración que tenía con el ausente tripulante. Allí solo era como si tuviera que volver a aprender a navegar, con solo dos manos en vez de cuatro.

Tras comprobar una vez más que todo iba bien, bajé a por una cerveza. Me entretuve un poco más, tal vez revisando el rumbo o comiendo unos frutos secos, no me acuerdo. Pero cuando volví a subir, estaba atrapado en una encalmada. El viento había desaparecido de golpe.

Recuerdo haber pensado, en ese mismo momento, que ocurría algo extraño. La mayor ni siquiera aleteaba. El parte no había avisado de esto. Estaba cada vez más inquieto. El silencio dolía.  No había ni un solo ruido. Ni olas, ni viento, nada. La encalmada parecía haberme separado del resto del mundo. La brújula no dejaba de girar lentamente, aunque el barco estaba completamente inmóvil.

Pensé en bajar a poner en marcha el motor y salir navegando de allí. Pero no tenía prisa. Podía esperar a que volviera el viento.

No sé cuánto tiempo llevaba mirando el agua, tersa y espesa  como el  aceite, cuando empecé a escuchar un rumor. Lo vi. Una mancha en el horizonte. Era un velero viniendo hacia mi. Se desplazaba soberbio, a gran velocidad, con las velas desplegadas e hinchadas por un viento inexistente. ¿Cómo podía estar moviéndose? No se oía el rugido de ningún motor. Seguía sin haber ni un nudo de viento. ¿Cómo era posible?

Pronto pasó  por mi lado. El velero más perfecto que he visto nunca. Líneas elegantes. Acabados en madera oscura preciosos. Llevaba la mayor y el espí, de color vino tinto, hinchados, como si estuviera perseguido por Eolo.

El tripulante del barco saludaba con la mano en alto y, al pasar por mi lado, aprovechó para hablarme. Me costó reaccionar ante lo insólito de la situación. No lo podía creer, era mi antiguo compañero. Creía que nunca más  iba a volver a verlo, y allí estaba. Deslumbrante, con una sonrisa de oreja a oreja haciendo banda en uno de los mejores barcos que yo había visto nunca.

Pasó  tan rápido que apenas pudo gritarme un par de frases. Yo me quedé sin palabras. Tantos años después y todavía no me perdono no haber podido responderle…

Perdona. ¿Dónde estaba? La edad, ya sabes. ¿Tanto tiempo he estado callado? No te preocupes, no es tan raro. Siempre que cuento esta historia me pongo nostálgico. Sigamos.

Después de pasar por mi lado, el velero empezó a alejarse a gran  velocidad. Me quedé de piedra, nunca me había ocurrido nada parecido, ni me ha ocurrido desde entonces.

Bajé corriendo a encender el motor. Tenía que alcanzarle. Casi lo quemé aquel día. Pero no sirvió de nada. Sin viento, en ese mar impasible y espeso, solo pude verlo alejarse, navegando resuelto hasta perderse en el horizonte.

Un par de horas después, decidí volver a puerto. Te aseguro que creía que me había vuelto loco. Pero ni ese pensamiento pudo mantenerme alejado del mar. Al día siguiente volví a mi barco. Tenía que ir en busca del velero misterioso.

Y eso, eso mismo, llevo haciendo los últimos quince años sin descanso. Buscándole.

Sí, así es. ¿Y esa cara? ¿Ya te lo habían contado o lo has adivinado? El tripulante llevaba dos semanas muerto cuando me lo encontré en aquella encalmada.

Tal vez otro hubiera pensado que era una alucinación, que me había quedado dormido a la rueda. Pero no lo creo. todavía hoy, tantos años después, recuerdo perfectamente lo que me dijo…

Gracias por el pañuelo, siempre me pongo emocional cuando lo cuento. Cualquiera ya hubiera aprendido la lección después de tantos años, pero ya sabes lo que dicen, no se le puede enseñar trucos nuevos a un perro viejo.

Bueno, ha sido un placer conocerte. Pero es hora de zarpar. Todavía tengo algo pendiente, ya sabes. Tengo que encontrarle y  responderle. Después de tantos años no debe faltar mucho para que lo consiga, ¿verdad?

Seguro que te convertirás en un gran marino. Algún día volverás a contarme tus fantásticas travesías. Hasta entonces, hazme un favor. Si alguna vez te encuentras con un navío sublime y misterioso en una encalmada, saluda  a mi hijo de mi parte y dile que su padre va de camino.

Por Agustín Pastore Burgos


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