LA BASE SUBMARINA DE OVNIS Y DOS MÁS
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2017
Por Francisco de Paula García Martín (alias, Kurro)
Durante los muchos años de navegación a vela, tengo muchísimas experiencias vividas de lo más sabrosonas, podría hacer un libro (a lo mejor lo hago) contando un montón de ellas, pero por lo pronto la voy a contar por esta ventana y guardarlas para la posteridad.
LA BASE SUBMARINA DE OVNIS
Recuerdo, por ejemplo, una regata desde Málaga a Melilla, en la que se anunciaba poco viento, como así fue; salimos con una brisa mínima que apenas daba para mover los barcos, aunque como podéis imaginar los más ligeros tomaban la delantera lentamente; así fuimos navegando durante todo el día y al crepúsculo se nos complicó con una densa neblina, esto es lo más terrible que puede ocurrir en el mar, que desde la popa no veas la proa, como así ocurrió, además de caer el viento completamente y pararse totalmente el barco. En estos casos siempre aprovechamos para comer y beber y contar chistes, aunque una vez terminado el repertorio, uno de la tripulación contó la novela que acababa de leer, de platillos volante, que a mí me resultan de lo más estúpido y que tanta gente cree con gran convicción.Pues resulta, que al hilo de esta niebla (decía), en la novela ocurría que, como ahora, el mar se cubre de una enorme niebla que lo tapa todo, y es que aquel lugar era un base submarina extraterrestre en la que se iban concentrando cantidad de platillos volante para invadir la tierra, así que me pregunto si aquí y ahora no estará ocurriendo lo mismo. Ya estábamos asustados pues la niebla es un enorme peligro para la navegación, pues aunque los barcos grandes y los modernos tienen unos buenos equipos de radar, para detectar los barcos en la oscuridad, no ocurre lo mismo con los pequeños y la mayoría de los de regata y algunos pesqueros no lo llevamos, además de que esto ocurrió hace muchos años y no había tantos modernismos, ni siquiera usábamos los GPS. Al rato, una vez entrada la noche, nos dividimos los turnos de guardia, cosa que hacemos de dos en dos, así que me quedé con un compañero y los demás se fueron a dormir. Ocurrió que no viéndose nada en absoluto y la mar completamente en calma, empezó a moverse el agua tal como si empezara a hervir y el barco a moverse de un lado a otro cada vez con más fuerza, nos llegaron olas anormales que parecían venir de distintas direcciones, con peligro de volcar el barco, y un ruido estruendoso nos ensordecedió, al mismo tiempo que parecía salir de la nada una mole oscura que a la vez irradiaba luces de distintos colores y unos sonidos se empezaba a distinguir claramente un sonido que empecé a distinguir, cada vez con mayor claridad, era unas palabras: bomba, no bamba, y repetía bamba, la bamba, la bamba y algo de una escalera y el cielo. Un enorme transatlántico cruzaba a poca distancia de nosotros, una fiesta se celebraba con un techo de luces de colores, y gente que daban saltos. Afortunadamente, la velocidad del enorme barco creó un viento que nos hizo arrancar, también las olas de su aguaje nos favorecieron y su velocidad limpió en parte la niebla, así que desde ese momento empezamos a navegar y todo fue favorable hasta llegar a Melilla. Ah, y además ganamos la regata.
ZOMBIS EN UN PARAÍSO
Os podéis imaginar que fui durante varios años a las Islas Pitiusas, en el barco de un buen amigo, un Firt 35’, que estaba contratado por una academia náutica de Madrid y que venían alumnos, ya con el carnet náutico pero que nunca se habían subido a un barco, así que yo como “machaca” (en náutica, el que sirve para todo), empezaba por ser institutor de navegación a vela (de lo que soy un experto), además de cocinero, submarinista y otras lindezas. Ocurrió en una ocasión esta historia completamente verídica, y es que al llegar a una preciosa isla deshabitada, pero de aspecto paradisiaco, y dónde fondeaban los barcos para pasar unos días en sus playas de arenas que más parecían de oro y en sus aguas templadas y cristalinas, en ese día vimos que habían varios allí meciéndose dulcemente pero, extrañamente, todos sin la menor señal de persona alguna. Así que echamos ancla, me tiré al agua para asegurar su agarre al fondo y al salir a flote me llamó mi amigo alarmado: ¡Kurro, mira! Subí al barco deprisa y miré hacia la isla, del centro de ella, en un atardecer sublime, empezaron a salir unas especies de humanoides de un color verde oscuro, que se acercaban parsimoniosamente hacia la playa, su andar vacilante y su piel escamosa se percibía al ir acercándose a la orilla, una leve brisa que venía desde ellos traía un fuerte olor a podrido, así llegaron hasta el agua, aterrados vimos que parecían dirigirse hacia nosotros, conforme se iban metiendo en el mar, el agua se teñía de verde a su alrededor, lo que parecía que sus cuerpos se derretían al mojarse, y cuando creímos que se desintegrarían antes de llegar a nosotros, comprobamos que se ponían a nadar y cada uno o en grupos, se dirigían a los distintos barcos que estaban fondeados a nuestro alrededor; así llegaron y se subieron a ellos y casi todo habían perdido el color verde de su piel, y lo que parecía una plebe de monstruos se habían convertido en grupos de gente normales y corrientes, alegres y dicharacheras. Le pregunté, a los de un barco muy cerca del nuestro, de bandera holandesa, qué era eso del color verde en el que venían pintados, me explicó mezclando varios idiomas, que pude comprender, que era un barro que había en unas pozas del centro de la isla, y que era muy bueno para todo, ya que era curativo y suavizaba la piel que la dejaba como la de un bebé. Así pudimos comprobar que era verdad, al ir nosotros el día siguiente en el que nos convertimos en “zombis de Espalmador”.
UN EXTRAÑO “MONSTRUO”
Os voy a contar una anécdota verdadera, que me ocurrió hace mucho tiempo. En el año 1980, con motivo de una deuda, me hice con un barco velero de cinco metro de eslora, era cabinado y de muy bonita hechura, que utilicé durante más de cinco años, hasta que me asocié con un equipo de tres gente, en un barco de 10 metros, para hacer regata y ganarlas casi todas. Bueno, yendo a la historia, resulta que con este barquito salía con frecuencia de paseo o a pescar, solo o acompañado de familia o amigos. Pues resultó que una día me fui hasta el Cantal, esa montaña que divide la Cala y el Rincón y que abruptamente se mete en el mar formando un acantilado, así que eché el ancla, fondeé el barco y me tiré de cabeza al mar, que estaba en calma y bastante clara, como tengo la buena costumbre de abrir los ojos debajo del agua, en esta ocasión cuando estaba en el fondo vi como una gran cosa negra se venía hacia mí a gran apresuramiento, me di la vuelta bastante asustado, sin saber que era aquello, a lo que pensé cualquier gran animal con una enorme boca que me pareció adivinar en aquel primer y rápido vistazo; nadé desesperadamente rápido hacia la escalerilla del barco que me permitiría subir a él, y una vez cogido a la parte alta y al punto de hacer el último esfuerzo salvador, noté como algo grande se me cogía a las piernas inmovilizándome, intenté soltarme sin conseguirlo hasta que hice un sublime esfuerzo y logré soltarme, entonces sentí como lo que me abrazaba las piernas se convertía en una gelatinosa materia viscosa que se deshacía alrededor de mi cuerpo, en una compulsiva energía conseguí subir al barco y miré al agua, flotaba sobre ella una gran mancha marrón y pude leer claramente: “Lavadora, frágil, mantener siempre la caja en pié”.
Por Francisco de Paula García Martín (alias, Kurro)