la isla imán isla de Tabarca

LA ISLA IMÁN

Por Administrador
Nov 12th, 2017
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CONCURSO RELATOS MARINEROS 2017

Por Maribel Romero

El mar es un espejo que me hipnotiza. No puedo dejar de mirarlo. Plata líquida en una tarde nublada. «¡Nos vamos a Tabarca!», dice Álex con entusiasmo mientras prepara el catamarán. Desvío la mirada del agua y la fijo en él. Si lo viera su padre… Se mueve por la plataforma como un equilibrista en su mejor número. Ha crecido mucho y no solo en estatura. Tiene las ideas claras, como los hombres de mar. «No sopla ni una brizna de viento», anuncio. «Da igual, soplamos nosotros», dice entre risas Hugo, su hermano y compañero de aventuras. Es inútil que insista. No se puede con la juventud ni con las ganas de vivir. Sueltan amarras y, en ese preciso instante, algún Dios oculto tras las nubes se confabula con ellos y manda un viento ligero que deja su estela en mi pelo revuelto, en la ropa que vuela y en los ojos humedecidos. Las velas se hinchan y el catamarán avanza. «¿Qué vais a hacer en Tabarca?», pregunto de manera tonta mientras se alejan, por preguntar. «¡Pescar un tiburón!», contesta Álex con la broma de siempre. «¡Ni se os ocurra, ya sabéis que la isla es reserva marina!», les grito desde el pantalán. Aunque ya están a cierta distancia los oigo reír, con esa risa fresca y contagiosa que no esconde más que ilusión y complicidad. Cada vez están más lejos, y yo, clavada en el puerto deportivo de Santa Pola, les digo adiós con la mano, como si despidiera a un trasatlántico que se dispone a cruzar el océano. Siento el impulso de saltar al agua, de alcanzarlos a nado. Como si fuera posible. ¿Qué tiene la isla que los atrae como un imán?

Recuerdo aquella primera vez en la que fuimos juntos con el Century, nuestro primer velero. Había sido un sueño perseguido durante largos años y por fin se convertía en realidad. De ocasión, trece metros de eslora, casco impecable, motor recién revisado, tres camarotes dobles, dos baños y una hipoteca. ¿Y qué importaba si teníamos todo el mar para nosotros?  No entendíamos otra forma de ser más libres que sobre las aguas.

Aquel día, cargados de ilusión, navegamos hasta la isla para estrenar la criatura, acompañados en el trayecto por diferentes embarcaciones a vela o a motor que seguían nuestros mismos planes. El sol luminoso, la brisa, el vaivén de las olas, los pececillos saltando a nuestro alrededor y, de repente, en medio del azul, la costa isleña, rocosa y embrujadora. Una imagen que merecía  haber quedado inmortalizada en un lienzo para ser exhibida en el mejor de los museos. «¡Mamá, piratas!», gritaba Álex señalando hacia algún punto indefinido. «¡Hay piratas en la isla!», insistía. «Qué imaginación tienes», contestaba su padre. «¡Yo también los veo!», intervenía Hugo. Y nos obligaban a entornar los ojos, a poner la mano sobre ellos a modo de visera y a escrutar el horizonte. Mar y cielo confundidos en un abrazo eterno.

Dejo los recuerdos y vuelvo al presente. Busco el catamarán, ya poco más que un juguete perdido en la inmensidad de las aguas, y todavía creo oír las risas de sus tripulantes, las confidencias, los secretos, las historias que solo ellos saben y solo entre ellos se cuentan. ¿Qué tiene Tabarca que los atrae como un imán?

Si los viera su padre, me digo una vez más mientras abandono el Club Náutico y me dirijo a la playa, a matar las horas, a esperar que vuelvan… En ese preciso instante una fina lluvia me salpica el cabello y la cara, es tan delicada que se percibe como una caricia. Entonces miro al cielo y pienso: quizá sí los ve.

Por Maribel Romero


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