TRES VECES LO INTENTAMOS, TRES VECES FRACASAMOS
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2018
Por Cristina Mas Riera
Llegamos a la isla de Guadalupe a las 11:00 de la mañana después de haber estado dos días viajando, una huelga de pilotos aéreos nos obligó a hacer una paradita en París. El propietario del barco nos estaba esperando en el aeropuerto, muy emocionado por nuestra llegada y, sobretodo, por conocernos. No era para menos, íbamos a cruzar el Atlántico en su barco y a principios de temporada de los huracanes.
Después de las presentaciones, nos dijo:
– Buenos chicos, vamos a hacer la compra, después os enseño el barco y ya podréis iros.
Nuestra cara fue un poema, claramente no íbamos a ir a hacer la compra de una travesía sin ni si quiera haber visto el barco. Le dijimos, muy amablemente, que lo primero era ir a ver el velero y después, en último lugar, la compra.
Fuimos a puerto, dejamos las maletas a un lado y empezamos a comprobar el barco. Fue allí, en ese momento, cuando nos dimos cuenta de que no nos íbamos a ir en menos de una semana. Encontramos fallos en los tensores de babor de las jarcias, el cable de la antena del AIS y de la VHF no funcionaban y la velas estaban viejitas. Estando en el Caribe, sin contactos y sin saber donde encontrar repuestos, tardamos dos días en conseguir todo lo necesario y hablar con las personas adecuadas. Dejamos las velas a un especialista que las parcheó y las recosió. Pusimos cables nuevos para las antenas, uno iba dentro del mástil y otro por dentro del barco (no he de mencionar lo laborioso y frustrante que puede llegar a ser esto) y pedimos unos tensores nuevos, que tardaron sus días buenos. Después de hacer todo esto, hicimos la compra y nos fuimos.
Este fue nuestro primer intento. Decidimos ir a una isla pequeña situada a 30 millas para probar el barco. Después de unas buenas horas de ceñida con vientos de entre 15 y 20 nudos llegamos y fondeamos. Al día siguiente el capitán se subió al mástil para inspeccionar que todo estuviera bien, fue ahí cuando vimos un nuevo problema.. las cazoletas donde van los stays se estaban comenzando a partir, todos ellos. Era cierto que habíamos ido de ceñida y que había algo de viento, pero para nosotros fue una navegación conservadora puesto que no conocíamos el barco y no nos fiábamos mucho del estado de las velas. Fue un poco chocante ver esas fisuras en el mástil y pensar que teníamos que hacer más de 3000 millas en este barco. Aún así decidimos repararlo y seguir adelante. Tuvimos que volver, lógicamente, a Guadalupe y empezar a buscar las piezas. Después de unos días esperando una respuesta de la tienda, las piezas no estaban en la isla y encargarlas nos iba a robar mucho tiempo, puesto que había que pedirlas a Paris. Así que tuvimos que buscarnos una solución más rápida, decidimos buscar un mástil abandonado y roto, coger las cazoletas (no fue tarea fácil porque tenían que coincidir con los agujeros de los remaches o ser parecidas) y adaptarlas para nuestro mástil. Todo el conjunto nos llevo casi más de una semana… un retraso muy grande. Pero finalmente lo conseguimos. Hicimos 7 piezas adaptadas, una era extra, por si a caso. Mientras reparábamos el mástil nos percatamos de que el tanque de agua tenía una fuga, perdíamos el agua demasiado rápido. Así que gracias al problemita del mástil pudimos reparar también el tanque y no tener problemas de agua dulce durante la travesía. Volvimos a ir a hacer la compra, porque, lógicamente, los perecederos se habían ido consumiendo. Y nos volvimos a ir.
Este fue nuestro segundo intento, tampoco conseguimos irnos. Estábamos dando la vuelta a la isla por el sur-oeste, por eso de ver un poco más de la isla antes de partir hacia el océano, cuando un pitido nos lleva de vuelta a la realidad. Era el aviso de la temperatura del motor, apagamos rápidamente el motor y fondeamos a vela para así poder trabajar mejor. Una vez fondeados empezamos a hacer comprobaciones. El sistema del circuito de refrigeración no funcionaba, no le llegaba agua, por tanto, se calentaba. Empezamos a desmontar la bomba de agua y vimos que el pistón se había partido y no teníamos repuesto a bordo, no es muy común llevar este tipo de repuestos. Empezamos a llamar a diferentes compañías de Volvo en las Antillas, ya que en Guadalupe no había repuesto. Nos dijeron que en San Martín sí tenían. Pues allá que nos fuimos. Recogimos el ancla a mano, de un velero de 43 pies, izamos velas y nos marchamos. 130 millas más tarde llegamos al fondeo de Marigot, fondeamos a vela y esperamos a que viniera el técnico. No os podéis imaginar nuestra cara de idiotas cuando aparece el técnico y nos dice que se ha equivocado, que no tiene la pieza. Volvimos a improvisar, cosa que se estaba empezando a hacer muy común en este viaje, y empezamos a buscar la pieza por los varaderos de Sant Martin. Buscando encontramos una que había sido reparada, pero como era lo único que había, la compramos, la pusimos y comprobamos que funcionaba. Volvimos a ir a comprar frutas y verduras y nos preparamos para irnos.
Este fue nuestro último y tercer intento. Cuando ya habíamos hecho de Macgyvers, preparado el barco y estábamos decididos a cruzar, vino el huracán Beryl. Fue el único huracán que vino tan pronto en los últimos 30 años. Este fue nuestro ultimátum. Después de todas las reparaciones y tantos problemas, el huracán fue la gota que colmó el vaso. Decidimos que nuestra integridad física era más importante que un cruce. Y, muy a nuestro pesar, con un sentimiento de fracaso, decidimos que lo más seguro para el barco era ponerlo en un cargo y volver a casa en avión.
Lo peor de todo es que después de Beryl no vino ningún huracán más, hasta hace unas semanas. Podríamos haber cruzado sanos y salvos. Pero, y los que nos dedicamos al mar lo sabemos, no podemos predecir cuando y donde se formará una tormenta. Sí, podemos ver los partes y deducir el tiempo. Pero en medio del Atlántico, en plena temporada de huracanes y con un barco que nos ha traído más problemas que soluciones, decidimos no jugárnosla.
Este se suponía que iba a ser mi gran cruce, el primero de todos. Nunca he hecho tantas millas seguidas y tampoco he estado tanto tiempo alejada de tierra, pero no importa porque lo volveré a intentar. Esta experiencia solo me recuerda que la vida del mar es una vida dura y que nunca hay que acomodarse con los barcos porque siempre hay algo que hacer, algo que cambiar, algo que reparar. Y, honestamente, aprendí mucho durante esas semanas sobre como reparar mil cosas en un barco y no tener un equipo técnico detrás de ti.
Por Cristina Mas Riera