UN DÍA SUBLIME
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2017
Por Chris Vallejo Villegas
Ah, el mar… mis ojos se pierden en su infinito manto resplandeciente apocando cualquier otra luz que el mundo pueda ver. Su infinitud genera un hermoso ruido blanco que hace de mi ser, algo más hermoso, algo que estoy segura nadie podrá hacerme sentir nunca. Cuando mis ojos se reflejan en el cálido brillo del Sol, pierdo la noción de mi espacio, de mi tiempo y poco me importa cuando es inmortalidad lo que él me hace sentir. Hoy es un día sublime. Levanto mi vista hacia el edén que Dios ha creado en los cielos y me pregunto ¿se puede ser más bello? Las nubes se deslizan tímidamente por el firmamento, sin pausa pero sin prisa, mientras jugueteo con mi imaginación dándoles formas impensables. Ellas seguramente también moldean mi intranscedente sombra sobre mi pequeña nave.
Mi pequeño velero y yo llevamos navegando bajo la pura serendipia. Su coqueta estructura de madera se abre paso por las calmadas corrientes mediterráneas, al compás de la red de nubes que nos acecha. Con finas manos arrugadas por la experiencia y sacrificio, mi abuela nos había ayudado a mi y a mi padre a construir el “Esmeralda”, un velero hecho con nada más que amor e ilusión, con amor por el mar, con ilusión por la vida. Aún recuerdo aquellos bellos efímeros días de verano cuando la sonrisa de mi abuela se reflejaba en el cristalino espejo azul. Nuestros pasos imperecederos se marcaban con fulgor en la arena húmeda de nuestra playa mientras la brisa nos peinaba con paciencia. Las pasiones, las esencias y todas las caricias sentidas en aquél hermoso paraje las puedo recordar cuando cierros mis ojos, como si una fina capa de neblina me abriera paso a un mundo onírico del cual desearía jamás retornar. Sólo entonces retorno para recordar la sonrisa de mi abuela. Creo no haber visto jamás una sonrisa tan pura y realmente feliz, casi inhumana, casi estelar. Por entonces, éramos heroínas de los mares pero criaturas nimias de unas aguas que nos habían regalado una vida muy preciada, al igual que una madre besa por primera vez a su recién nacido. Ahora, sin embargo, no quedan días de verano.
Con pereza mi nave sigue avanzando, y sola viajo pero viajo sólo con un corazón agradecido y una rosa sin espinas que me dio ella en su etérea transformación de verano a invierno, de la vida a la muerte. Su alma siempre había sido el de una romántica empedernida, tradicional e inocente, pero a la vez rebelde y firme, con un agarre perdurable por vivir insólito. Ahora ella se ha transformado, sólo Dios sabe en qué, y en su lecho me ha dejado una poética rosa que ahora sostengo en mi pesar.
La vida en el mar es una vida curiosa. En nuestra tristeza es líquido. Es líquido cuando nos acompaña lealmente en cada una de nuestras lágrimas vertidas en él. En nuestra desesperación es sólido. Es sólido cuando nos ofrece una mano salvadora para caminar sobre él. En nuestros sueños es gas. Es gas cuando nuestra alma se abre a él, ante una puerta dorada de infinitas posibilidades y permitimos que nos enseñe el verdadero motivo del ser humano, guiándonos por el laberinto de nuestra mente hasta destaparnos a nosotros mismos. La apariencia del mar nunca es estable, depende de tu mirar hacia él, de la pureza de tus intenciones cuando decides abrazarle y es sólo en ese preciso instante cuando eres capaz de verle a él pero también a ti mismo.
Mi única brújula es el Sol y la pequeña rosa que sostengo entre mis manos, deseo con toda la fuerza de mi alma que la suerte me lleve hasta mi abuela, no sé dónde ni cómo, pero creo que puedo llegar. Mientras mis ojos se camuflan en el cielo, una delicada brisa marina me acaricia y me inunda con un inmenso tsunami de nostalgia y sentimientos que desbordan de mi inefable paraíso en el mar. Con sutileza, la inesperada corriente me lleva por otras rutas desconocidas, lentamente… suavemente… pensamientos que crecen como una oscura sombra, puedo oír el mar. Es un sonido creciente, melódico y dulce, notas de piano que se mezclan con sonidos de flauta que nadan y saltan por todo el horizonte. Quintaesencia de la belleza. Dios… no hay nada más perfecto que la naturaleza en su éxtasis puro. Mientras me hipnotizan mis pensamientos, la brisa me ha dejado en un desconocido rincón de una playa perdida. Ante mi, una pizarra de colores y toda una noche para enamorarme en el mar.
Paso la noche estirada sobre una arena tibia que me recibe con amabilidad. Mi piel se enfría a medida que las luces de la noche se encienden, todo el universo se cierne sobre mí. En la oscuridad, todo mi ser se difumina con vehemencia hacia el cielo estrellado, miles de planetas ondean en esa negrura que todo lo apaga pero que de alguna forma consigue encender mi corazón. La marea crece poco a poco mientras mis ojos se cierran en silencio. Hasta mañana.
El tímido piar de unos pajaritos despierta con ternura el nuevo día. El Esmeralda reposa tranquila sobre la arena a la espera de los rayos de un nuevo Sol. Me giro sobre mi para descubrir con sorpresa una montaña que custodia la pequeña playa. Miro a mi alrededor pero sólo los ecos del mar me empujan hacia ella. Agarro mi rosa y con pasos inciertos me dispongo a subir la montaña, tengo la esperanza de poder encontrarla. Cada paso que doy despierta con leves crujidos la Madre Naturaleza, mi soledad es mi bendición. El aire sabe dulce y me guía sabiamente por el verdoso sendero a medida que las estrellas se tornan invisibles. Mis pasos se acortan para finalmente llegar a lo más alto. Respiro profundamente hasta que levanto mi cabeza y, por fin, puedo verla. Te quiero abuela. Hoy es un día sublime.
Por Chris Vallejo Villegas