DEL MAR, LA MIERDA
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2017
Por Francisco Prats Benito
Hemos hallado al enemigo y somos nosotros.
WALT KELLY.
PROLOGO:
La cabra le miro abiertamente a los ojos y el acepto el reto. Llevaba tres días de persecución y se encontraba hambriento y exhausto. El sol, goteaba plomizo sobre su cabeza, y el sudor recorría su piel quemada, y sus criadillas se enredaban constantemente con las molestas zarzas. Aquello no era una vida cómoda.
Y eso que él había conocido tiempos mejores. Tiempos de oficina y aire acondicionado. Y ahora se veía allí, intentando cazar una cabrita díscola para no morir de hambre.
Y para poder vestirse. Con los cueros de aquel animal esperaba poderse confeccionar al menos un taparrabos que le protegiera los testículos y el culo. Y si sobraba algo, un sombrero, si, un bonito sombrero para la cabeza.
La cabra echo a correr monte arriba y el la siguió como pudo. El animal no parecía cansarse, y él no podía permitirse el ceder, era una última oportunidad.
Cuando por fin se acabó la montaña, hombre y bestia habían llegado a la cumbre. No había mucha más escapatoria. Sorpresivamente se encontró allí con una torre, circular, troncocónica, de 5,75 m. de diámetro y 11 metros de altura, construida con fábrica de mampostería y con una puerta a media altura, inaccesible sin contar con una escalera. Era, sin duda, una atalaya de origen árabe para la vigilancia de la costa. La cabra dio un salto y se ocultó en la parte posterior de la edificación, él se puso a perseguirla, y ambos dieron dos vueltas completas al edificio. De no haber sido trágica, la escena aparentaba cómica.
Se detuvo, presto atención al rumor del mar. Un mar que era el origen de todos sus males y al que no se atrevería a acercarse. A su frente, un acantilado muy cercano, y abajo, una playa de fina arena, en su tiempo hollada por atrevidos turistas que no sabían nadar y ahora abandonada a su desgracia.
Echo a correr tras la cabra, y la cabra, en su huida, alcanzo el acantilado y se dejó caer, y tras dar tres botes en las paredes de piedra del precipicio, aterrizo sin males aparentes sobre la arena de la playa.
Era lo peor que le podía haber pasado.
O casi. Lo peor hubiera sido otra cosa, aunque visto lo visto, igual no hubiera sido tan malo después de todo, porque aquel tipo de vida igual ya no merecía la pena vivirla. No se atrevió a bajar hasta la playa, porque nunca había dejado de ser un cobarde. El mar parecía retarle, a cada ola, y permaneció un instante expectante, como esperando, pero nada sucedió.
Entonces dio media vuelta. A ver si tenía más suerte con otra cabra.
EL EXTRAÑO SUCESO:
Samuel entro en la cafetería del club náutico, se detuvo un momento en el quicio de la puerta y busco con la mirada la mesa en la que supuestamente estaban sus compañeros de sobremesa. Una vez la hubo encontrado se dirigió hasta la barra y pidió, solicito, un carajillo quemado de ron. Una camarera rumana le indico, sin dejar de preparar otros pedidos, que se sentara, que ya le acercaría ella la consumición hasta la mesa.
-No hay Dios- exclamo el capitán de Yate, como para enfatizar una situación que hacía días que les preocupaba.
Samuel, que era Patrón de Yate, se sentó en la mesa del bar, que era cuadrada y cojeaba de una pata, junto con el mencionado capitán de Yate y un marinero a sueldo del club. Ya adivinaba de que trataba la conversación, pues desde hacía unos días en el puerto no se hablaba de otra cosa.
Primero fue un velero que desapareció en extrañas circunstancias, algo inhabitual pero no fuera de lo normal. A veces sucedían estas cosas, incluso con gente experimentada, el mar siempre está al acecho de los suyos. No apareció ni el barco ni el cadáver del único tripulante, ningún mensaje de radio, ningún resto flotando sobre las aguas… a veces estas cosas suceden. Pero que en el último mes hubieran acontecido ya en tres ocasiones distintas, eso sí que ya traspasaba todos los límites de lo predecible.
-Eso es cosa de zombis catalanes errantes e independentistas- mascullo el marinero- el otro día di amarre a unos tipos sospechosos.
-¿Por qué dices eso?- inquirió Samuel.
-Porque vi cómo se comían impulsivamente a bocados varios bocadillos con embutidos de Vic (en especial una somaya) y por su forma enrevesada de darme los cabos sin mirar- respondió el marinero.
-Yo creo que es cosa de la Atlántida, que está en las Columbretes- replico el Capitán de Yate- ¿vosotros no habéis leído a Platón?. Yo sí, y creedme, ese tipo sabía muy bien de lo que hablaba. Hay algo ahí abajo, no sé, un volcán… un artefacto… sin duda algo atlante y terrible.
Apareció la camarera y dejo el carajillo, humeante, sobre la mesa. Era una obra maestra, tres cuartas partes de ron y una cuarta parte de café, quemado, sin canela, en vaso de reluciente cristal. Samuel lo probó, dulce, sin llegar a estar meloso. Le recordó a una novia que había tenido de joven, a la que dejo embarazada y a la que abandonó consecuentemente en cuanto se percató de la que se le iba a venir encima. Desde entonces que llevaba navegando sin rumbo fijo.
-Quizás se trate de un monstruo marino. Un calamar gigante, por ejemplo-apunto Samuel.
Se quedaron todos pensativos.
-¡Esto solo hay un manera de averiguarlo!- bramo Samuel – ¡hagámonos a la mar y no regresemos hasta que tengamos la respuesta!. ¿Quién me acompaña?.
Una mueca de falso entusiasmo se reflejó en el rostro de todos sus compañeros de mesa, pero todos permanecieron callados y nadie dijo nada. Un silencio oscuro y espeso cubrió la sala. Algo debían de haber escuchado los parroquianos de las mesas vecinas.
-¿Nadie entonces?- insistió Samuel.
Y como nadie le respondió, entonces Samuel se levantó sin más y se acercó a la barra. -¿Qué se debe?.
Pago y salió del bar dando un portazo.
Era aun de madrugada cuando el Patrón de Yate y su velero se hicieron a la mar. ComunicÓ por radio con el náutico e informo de su salida y su objetivo, ¡iba decidido a resolver el enigma!.
La navegación era placida. Un viento fresquito del Noroeste impulsaba suavemente la nave. Samuel puso el piloto automático y se subió a la bañera una lata de cerveza y unos taquitos de queso curado para que le hicieran compañía. De vez en cuando ajustaba las escotas del génova y de la mayor, y oteaba el horizonte a la espera de que apareciera algo que no sabía que podía ser.
Serían las tres de la tarde y las islas Columbretes no debían de estar ya muy lejos. Fue entonces cuando algo, bajo la superficie de la lámina de olas bonancibles, atrapó la orza y frenó en seco a la embarcación. Las velas se tensaron bruscamente, pero el velero estaba como clavado y no avanzaba.
Samuel se acercó curioso a la borda, recorrió candeleros y pasamanos y alcanzó el pulpito de proa. Desde allí no atisbaba nada anormal, y de haber embarrancado o topado con alguna roca se hubiera producido un golpe brusco que no había tenido lugar. Tenía que tratarse de otra cosa. Como estaba solo no se atrevió a lanzarse al agua para averiguar que había por debajo de su casco.
Pensó en arrojar un ancla de respeto que llevaba a bordo, a ver si así averiguaba que había ahí abajo, y mientras iba a por ella, fue cuando vio algo que, cubriendo toda la distancia que podía abarcar su vista, ascendía uniforme y lentamente desde el fondo del mar.
Se trataba de una masa marrón, viscosa, fétida al olfato en cuanto alcanzo la superficie, y que se adhirió al casco del barco y comenzó a trepar partiendo desde la línea de flotación, por el francobordo, hasta alcanzar la regala.
Con un grito casi humano el casco crujió, las cuadernas se desencuadernaron y los mamparos de separaron dolorosamente de sus anclajes. De repente todo se vino abajo, es decir, al fondo; el casco era una inmensa vía de agua y el barco se iba irremediablemente a pique. Samuel se encontraba paralizado, no podía creer lo que le estaba ocurriendo. Aquella pasta, aquella mierda, era corrosiva y corrompía todo lo que rozaba, y parecía tener una vida propia que le hacía extenderse sobre toda superficie no liquida de todo lo que alcanzaba.
De Samuel nunca más se supo. Fue la cuarta víctima del mes, el primer Patrón de Yate después de tres PER. Pero por supuesto no iba a ser ni mucho menos la última.
EPILOGO:
El mundo estuvo unos días pendiente de los medios.
Prensa, radio, televisión, “internet”… todo valía para intentar informarse de lo que estaba ocurriendo. La civilización, tal como se conocía, se estaba acabando, y nadie parecía darse cuenta. O casi nadie. Al menos al principio.
Una plaga monstruosa estaba llegando, a través de los mares, a las costas de todos los continentes. No había barrera que pudiera contenerla. Se trataba de una masa pestilente, que arrumbaba en las playas, los puertos, las marinas reales y no tan reales… hundía las embarcaciones, corroía los pantalanes, las edificaciones fijas, y se deslizaba lentamente hacia el interior, destruyendo todo tipo de vida a su paso. La gente huida despavorida de las ciudades, al principio de las costeras hacia el interior, pero era inútil, tal inútil como evitar una mancha de aceite que se expande sobre el mantel de papel de un bar de carretera, puesto que la pestilencia poco a poco iba cubriendo la totalidad del planeta.
Se trataba de una masa maloliente, cuajada, de color marrón claro y con tropezones de materia más compacta y más oscura, que destruía por contacto todo aquello que alcanzaba. Manifestaba una extraña inteligencia, por su modo de desplazarse y de reproducirse, de manera que su crecimiento era exponencial y por tanto incontenible.
Se intentó analizar para conocer sus características, pero resultó inútil, por lo que no se llegó a saber mucho acerca del origen de aquella mierda. Destruía por corrosión los recipientes en los cuales se trataba de confinar y no había instrumental de laboratorio que soportara su contacto. Tampoco dio tiempo a diseñar equipos adecuados y resistentes. Aparentemente era inmortal, ya que resistía a todos los intentos por destruirla, bien fuesen potentes lanzallamas, productos detergentes, disolventes, antibióticos, o, como se intentó a la desesperada y ya como último recurso, el irradiarla con artefactos nucleares.
Los científicos especularon sobre un supuesto origen extraterrestre, los líderes religiosos de todas las creencias y condiciones sermonearon a sus acólitos aduciendo que se trataba simplemente de un severo castigo divino como consecuencia de la manifiesta perversión de la humanidad… pero lo cierto es que todos, unos y otros, estaban equivocados, pues el origen era otro… allá en la costa mediterránea, en aguas someras próximas a la localidad de Vandellos, no hacía mucho que se había producido un escape radiactivo el cual se había mantenido en el más riguroso de los secretos. Y precisamente ese mismo día y en la misma zona, un colector submarino cercano, había reventando dejando escapar ingentes cantidades de detritus orgánicos que, en confluencia con el agua radiactiva, dieron origen a una especie de extraña vida.
Y de repente, igual que había empezado, todo acabo. La mierda comenzó a retirarse cansinamente, desde tierra adentro hacia los mares. Y allí se supone que aún sigue…
Pocos quedan de aquellos que pueden contar estos hechos. Que se sepa sobrevivió un oficinista y varias cabras. Ambos, hombres y cabras, quedaron sin recursos. Había que empezar de nuevo una nueva humanidad. Y en eso están ahora precisamente.
Y no se acercan demasiado a los mares, por si acaso.
27 OCTUBRE 2017
Por Francisco Prats Benito