La capa sin timón

EL DESCUBRIMIENTO DE LA CAPA SIN TIMÓN Y DE UNA MUJER A LA QUE ¿HACERSE FIRME?

Por Administrador
Ago 17th, 2017
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Concurso Relatos Marineros 2017

Por  José García Durán

(Vivencias de un monitor de vela amateur)

¡En fin!; otra mañana, y ¡ya es la sexta del curso! Añoro mi somier; no tener que despeñarme de una litera para bajar al baño, ése que más de 40 personas compartimos esta semana… Pero eso sí: Toño ha hecho muy bien su trabajo y da gusto entrar allí.

Otro reconstituyente desayuno, mientras contemplo la Ría de Arosa; el agradable fresco de Galicia en una mañana de julio. Dora, una alumna compañera en la mesa corrida del desayuno, que me pregunta; me cuenta; le pregunto… Científica, de ojos claros y mente brillante e inquieta; algo reservada, incluso enigmática;  fibrosa y muy, muy elegante aún con el breve bikini que cubría ayer tarde una pequeña parte de su cuerpo, mientras nadaba al finalizar la sesión de navegación. Ha sido agradable compartir este rato con ella.

Un nuevo grupo de bordée (equipo rotatorio de alumnos que ayudan en la cocina) con caras soñolientas, y algúna que otra “perjudicada” (una vez allí, nunca encuentras el motivo para abandonar el chiringuito por la noche). Otra topo  (charla teórica, siempre más larga de lo que debíamos) y Plan para el día: hoy, ¡excursión a la playa de Triñanes!.

¿Qué llevará a toda esta gente, ya “talludita” (pocos no habían cumplido ya los 35, y bastante pasábamos los 43) a pagar por pasar unas “vacaciones” durmiendo dentro de una nave, en un espacio abierto, no teniendo sino un pequeño estante donde dejar sus cosas, compartiendo baños, mojados gran parte del día y con agujetas desde la primera tarde; moviendo barcos a pulso …?;  y así ¡durante 10 días! ¿Sienten ellos algo cuando se asoman a esa rampa, con Villagarcía al E, o cuando consiguen (ya avanzado el curso) ganar sin contratiempos al viento del SW y sacar el Vaurienne hacia la embocadura de la ría?; ¿ven también Gigantes sobre las bateas de mejillones cuando practicamos “ochos”; o cuando nos abarloamos?; ¿buscan el viento en las nubes, o sobre las aguas?; ¿observan si la vis erótica de La Benancia ha cambiado la altura de su pico?; ¿reconocen este verano a ese “delfín” que les circunvalaba como cría el verano pasado? Algo parecido debe ocurrir porque 90 de cada 100 se van muy contentos y repiten, incluso acompañados de otros aspirantes a itacenses, fascinados por las homéricas hazañas con que les regalaron al contarles sus vacaciones durante el frío invierno.

¿Por qué otros entregamos parte de nuestras vacaciones para enseñarles a navegar (en ocasiones, a  más que eso), en vez de disfrutar -de otra forma- este deporte que nos apasiona?

Otro cuadrante de tripulaciones. ¡Qué bien!; ¡Dora, la científica de ojos claros, navegará conmigo! Me alegro, porque me ha gustado el rato que hemos compartido esta mañana, y porque aún no he podido dedicar con ella horas a la formación práctica: un monitor para once tripulantes limita mucho la cuota de cada uno; tanto más, cuanto voy descubriendo algunos con menos experiencia -o habilidad- en el grupo, que precisan de mayor dedicación que la charla teórica… ¿Ha sido una sonrisa cómplice la que me ha dirigido?

El angosto canal, que este año el Ayuntamiento nos ha dejado en la playa de Poniente, se convierte en una “ratonera” con la marea cada día más baja: un arañado lienzo azul (esmeralda, con el sol de la mañana), orientado al W entre la corchera de estribor y las piedras de babor, terminadas en esa dragante que provoca la toma de agua de la cetarea (algunos, no supimos resistirnos a su embrujo…); avanzando, como Ulises, entre rocas –unas tímidas; otras, insinuantes y, las más, se exhiben desafiantes mientras pueden– que quieren dejar su recuerdo en nuestros demasiados centímetros de calado. Con un slalon de ceñidas cortas,  casi sin tiempo para hacer la siguiente con velocidad suficiente; esa monolítica barca azul que el pescador abarloa a las corcheras de estribor; o las familias del lugar disfrutando de su playa, sin tener por qué saber que esas balizas marcan un espacio reservado para pintar con nuestras orzas un camino entre la orilla a las aguas abiertas, ¡con permiso de tanta sirena!…

Y ¿qué me ha traido a mí?; ¿qué siento yo, hoy, aquí?

Creo que ya he hablado bastante sobre mí. Organizamos la salida; Seguridad en el agua con motor en marcha y aparejos de respeto (¡menos mal que ya hemos terminado con las prácticas de vuelco y desvuelco!; nuestras orzas no se llevan bien tanto trajín…); seis “patitos” (Vaurienne) de mi grupo de Perfeccionamiento, más cuatro “patos” de Iniciación (nuestras sólidas y marineras Caravelle, siempre y cuando no abuses del peso en proa…) y dos cruceros que nos saldrán al encuentro cuando doblemos la tercera linea de bateas. En la primera parte de la travesía esperamos rachas de fuerza 4: hay que retensar las drizas de casi todos los barcos (“¡hemos desayunado poco!”, comentan entre risas); todas las jarcias, comprobadas; algún timón que cambiar a última hora; ajustar bien los ochos de tope de las escotas de mayor; varios repasos del as de guía y chalecos salvavidas en su sitio.

Mientras embarca el grupo de Iniciación, repasamos tripulaciones, eligen posiciones y organizo las salidas, preguntándoles por el bordo más recomendable (“¡babor!”; proponen, y estoy de acuerdo con ellos: el viento tiende algo más al S que al W ahora, lo que nos deja más barlovento).  “¡Atento proel con la orza! ” (la necesitamos, pero casi no tenemos fondo); buen, buen impulso y, nada más arriba, vista adelante, caza mayor y orza un poco para ganar velocidad antes de ceñir”.

Dos salidas; dos atascos en rocas, después de quedar parados en la virada y abatir… ¡Tengo que acelerar esto!. Camino hasta estos barcos; el agua no me cubre la cintura cuando  los libero; los aproo desde el stay; pido al resto que revisen la posición de los obstáculos y que me describan qué ha fallado; les  empujo hacia la ría, cuando me lo indican, y alcanzan aguas libres. La tercera timonel, impulsando con decisión antes de subir, realiza tres buenos bordos y supera las dos primeras viradas, pero terminan abarloados a la Caravelle más alejada de la orilla, aún amarrada a su boya; nada importante: ya están casi fuera del canal, esperándonos. ¡Muy bien la quinta!  Amarro mi pañuelo al cuello , con un nudo llano,  y salimos nosotros.

Dora, normalmente reservada, me ha confesado que aún no se defiende bien en el barco, y no se siente cómoda con esta salida; como debemos estar pronto fuera (la última Caravelle ya ha superado la baliza de aguas libres) y tendrá la oportunidad de realizar ella la salida de playa durante la tarde, le explico mi plan. En tres bordos estamos fuera, sin incidencias. En el primer respiro que me tomo desde que puse al grupo en marcha, le pido me explique la maniobra y observo cómo su bikini pelea por mantener su sitio en esa preciosa espalda; ha ejercido a la perfección su posición de proel y su mente ha procesado rápidamente cada una de las maniobras. Le pido que me indique qué dudas le han salpicado, dudas que resuelvo aclarando que he preferido como obstáculo la corchera, antes que las rocas. Lo procesa; podría haber sido más parco en palabras, pues ¡su cabeza gestiona francamente deprisa la información!; mucho más que yo, sin ninguna duda, y mucho más que el promedio del alumnado con quien estoy compartiendo prácticas.

Ya en aguas limpias y sin darle tiempo a pensar, intercambio posición con ella y le voy guiando en diferentes maniobras que va practicando (viradas, segura; trasluchadas,¡con mucho más respeto!; control de velocidad, aproamientos…), adivinando dónde pueden estar sus oportunidades. Después, le pido ponga rumbo al final de la fila de “patitos” y la animo a mantener el gobierno del barco, según el viento va aumentando su intensidad, aprovechando que aún no hay ola. Poco a poco, va ganado confianza, mientras nos dirigimos a esa linea de fila en descuartelar, donde cada barco debe mantener una posición de mayor barlovento respecto del que le precede.

¡Parece más una S que una línea…!; ¡es una escuela, y nuestros alumnos están aprendiendo! Efectivamente, ¼ de milla más adelante,  ya rebasada la tercera línea de bateas, nos empezamos a parecer a esa escalera para subir al barlovento que buscamos. Cuando diviso por el W nuestros Cruceros, doblando La Barsa, ya estamos cada uno en posición correcta. “¡Lo están haciendo muy bien nuestros argonáutas!”, y yo, acompañando a una ¿Pandora? con la que, apenas hasta ese momento había intercambiado cuatro palabras, pero cuyo magnetismo me hacía girar la cabeza demasiado a menudo, generando inercias en el fluir de mis pensamientos hacia otras sesiones -de navegación o no- compartidas con ella, imaginándome que volvíamos al primer día de curso; charlando en la playa, acompañados del sol poniente, que intentaba retener su silueta cuando salía del agua. Te comprendo, sol de poniente…

Buscamos el sotavento de la Punta De El Chazo  para protegernos de una ola cada vez mayor (¡todas son grandes para un francobordo de 30-35 cm!), y nos dirigimos en portantes hacia nuestra playa de destino, playa que algunos conocemos como De Triñanes; otros, De Mañons y otros como Ladeira. Allí dirigió Dora con buen rumbo nuestro barco; bajamos mayor y nos dejamos empujar hasta la orilla, sin -casi- nada que perturbase a los berberechos que, a pocos centímetros bajo la arena, la ocupaban sin toalla, ni sombrillas. Uno, no obstante, no escapó de su curiosidad; lo aclaró y me lo ofreció, mientras cogía ella otro. Alabó el destino elegido; me contó que se había sentido bien, mucho más cómoda que los días anteriores, en esta navegación. Me habló sobre la gran cantidad de “bichitos” que poblaban las aguas de este parque natural protegido, así como de los más pequeños a los que ella dedicaba su trabajo. La felicité por lo bien que lo había hecho todo el rumbo; le dije que había notado cómo había progresado con maniobras que, a la salida, le hacían sentir incómoda y (rogando para que me dijese que no) le ofrecí hacer la vuelta en uno de los Cruceros, cosa que rechazó.

Después, como de costumbre, me entretuve con el repaso de barcos, comentarios con la Seguridad, evolución e incidencias en la travesía y el plan para la tarde. Cuando acabé, nuestro grupo de alumnos llevaban ya un buen rato disfrutando la excelente comida que nuestra cocinera había preparado y, nuestra bordée, repartido. Tras una breve siesta para algunos (que me dio tiempo para acabar mi almuerzo), empezamos el embarque para el camino de vuelta. Esta vez sí que sacó Dora el barco; el que fuese menor la dificultad (casi marea alta; suficiente espacio para poder maniobrar durante la salida, pero con un viento que obligaba a ceñir para salir)  no quitó un ápice de eficacia y corrección  a su maniobra; le felicité por ello. Sí lo hizo el haber colocado mal el timón pues, a los 15 minutos mientras esperábamos al resto de barcos, se salió de los pinzotes donde iba encajado; como estaba bien asegurado, no se nos fue al agua. Inmediatamente, cogí rumbo haciendo firme el foque y regulando suavemente con la mayor; no la noté nerviosa en ningún momento; le pedí que me explicase cómo creía que había ocurrido y qué consideraba que debía hacer para que no volviese a suceder; lo solucionaríamos en el agua (para su sorpresa) y lo haría ella. Para poder ralentizar la maniobra, me acordé de mi vieja amiga la maniobra de capa; pero ¿cómo mantenerla sin timón?, me preguntaba; resolví intentarlo con velas y pesos: solté  la mayor en sotavento, tapada por el foque; adelanté mi peso a proa y  escoré bastante el barco hasta compensar la orzada que nos daría el timón que nos faltaba (¡Centro de Deriva!; ese gran olvidado…), y ¡así se mantuvo en una perfecta capa! Ése fue mi segundo descubrimiento del día; el primero, esa encantadora y evocadora mujer con la que compartí todas las horas de navegación de ese día y que, mientras pensaba en otras tareas de la náutica y su enseñanza, dejé pasar en pos de otros amarres pretendidamente más oportunos durante esos días. ¡Bien es cierto que me podía haber echado, tan pronto hubiese recargado agua!, pero eso es algo por lo que no habría dejado de intentarlo y que ya no sabré. Ahora, al cabo del tiempo, mucho ha llovido y muchas millas habrán recorrido nuestros barcos. Siendo feliz con las mías, hay veces que recuerdo aquella tarde…

Cuando la Seguridad se acercó, le expliqué que estábamos practicando y nos comprometimos a estar, antes de 15 minutos en línea de fila, como hicimos con Dora a la caña. Creo que a ella le gustó haber sido capaz de resolver por sí misma una incidencia como ésa, y estoy seguro de que a mí cada vez me interesaba más.

Ya en la fila, me dijo que le gustaba el pañuelo con que protegía mi cuello, ¡y yo perdí una excelente oportunidad para habérselo dado! Sus bonitos, morenos y torneados brazos empezaron a cansarse, porque la escota de la mayor tiraba bastante y sabía que debía estar preparada para poder largarla ante cualquier racha mayor; le enseñé a retenerla pisándola, pero su calzado no se lo permitía, así que me hice cargo yo, desde el puesto de proel (realmente, enlazábamos ceñidas, con lo que era poco lo que necesitaba hacer). El viento arreciaba y ¡no sé qué daría por repetir esas bandas con nuestras caderas juntas, sostenidas las suyas por  sus preciosas piernas, tensas bajo las cinchas! Finalmente, el grupo fue buscando de nuevo la protección del sotavento, pues las tripulaciones ya aparecían cansadas; mientras conversábamos sobre 1.000 tritones y sirenas, ¡quise que esa tarde no acabara nunca!

Así llegamos a la orilla de la que salimos, con un suave viento portante (el sol estaba ya bastante más bajo); yo me distraje con la actividad normal de las recogidas y, cuando quise encontrar el elegante y escaso biquini de esa brillante y guapa mujer, el día ya había oscurecido y mi mente vagó hasta no recuerdo que otros mares.

Así fue como descubrí la capa sin timón y lamenté no haber intentado amarrar mi barco a una brillante mujer, que conocí, pero no pude descubrir.

 «Este relato es una ficción, amalgamada a partir de bonitas sensaciones y experiencias que como monitor de vela amateur he tenido años atrás, y completadas con ficciones con las que coserlas. Me he permitido, para hacerlo, desplazarlas del espacio-tiempo en que cada una se produjese y añadir, o quitar, lo que he considerado adecuado.
No son ficción las muchas muestras de satisfacción recogidas de los alumnos; las descripciones de entornos naturales, fauna marina y espacios comunes; la logística, organización y ejecución del aprendizaje náutico programado, así como el buen ambiente percibido; tampoco nuestra  imprescindible cocinera y la impagable labor de Toño.»

Por José García Durán

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