Inmersión al pasado

INMERSIÓN AL PASADO

Por Administrador
Nov 5th, 2018
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CONCURSO RELATOS MARINEROS 2018

 Por  Jaume Capellà Villalonga

El brillante color turquesa de las lagunas coralinas, vistas a través de la ventanilla del avión, un día de noviembre de 1997, ponían el punto final a mas de veinte horas de vuelos. Parecía increíble haber llegado a tan idílico y lejano lugar. De esos que sólo se ven en los reportajes de National Geographic.

En tierra, adaptándome a la nueva temperatura y humedad, mientras esperaba junto a mis compañeros para poder subir a bordo del barco que nos llevaría a descubrir los secretos de la laguna, me deleitaba observando unos pececillos de ojos saltones, paseando por la arena de una paradisíaca playa. Pero yo no había venido hasta aquí en busca de playas de ensueño.

laguna en micronesia

En las inmediaciones del embarcadero, reposaban algunos testigos de un drama acontecido hacía mas de cincuenta años en ese remoto punto del Pacífico. Restos de artillería y hélices de aviones retorcidas, compartían espacio con cocoteros y manglares. Algunas de esas piezas habían sido colocadas expresamente como elementos decorativos ya que ese era un destino turístico, muy particular.

Profundizando un poco en la exploración de los alrededores, fácilmente hallábamos restos de maquinaria pesada, posiblemente usada en su día en trabajos de varadero.

Ese museo al aire libre era la antesala al escenario sumergido que nos aguardaba los próximos días.

playa paradisiaca en la micronesia

Para eso vine aquí. Para bucear en los numerosos barcos hundidos en la Segunda Guerra Mundial. Estába en Chuuk Lagoon. Una laguna coralina perteneciente a los Estados Federados de Micronesia. La cual acoge un puñado de pequeñas islas que conformaban la base naval japonesa mas importante del Pacífico durante la contienda.

La base estaba bien defendida contra ataques desde el mar. Pero no tanto para un ataque aéreo.

El 17 de febrero de 1944 las fuerzas aéreas norteamericanas, procedentes de portaaviones, empezaron un ataque que se prolongaría durante tres días. Destruyendo barcos de guerra, barcos mercantes, submarinos, aviones, instalaciones, vidas…

Veinticinco años después, en Chuuk Lagoon fue rodado el que seguro fue el episodio más tenebroso de la serie Mundo Submarino de Jacques Cousteau. “La Laguna de los Barcos Perdidos”.

Quien hubiera imaginado en los días previos al ataque, que aquella flota se convertiría en cementerio y que décadas después, buceadores de todo el mundo acudirían a sumergirse en sus restos para experimentar la peculiar sensación que se siente al visitar un navío hundido.

Acomodados en un barco con todo lo necesario para la práctica del buceo, fuimos navegando siempre en las tranquilas aguas de la laguna y fondeando sobre los pecios que íbamos a visitar.

pecio submarino

La primera inmersión se efectuó en un barco que yacía a poca profundidad, con su carga parcialmente desparramada. La carga eran ni más ni menos que torpedos y una importante cantidad de proyectiles de varios tamaños. Impresionado ante semejante arsenal, evité tocar nada, ni siquiera rozar con las aletas, por si acaso.

En inmersiones sucesivas visitaría varios barcos. Entraba por una puerta, salia por una ventana. Descendía a la sala de maquinas, salia por el puente. Me paseaba por la cubierta o revoloteaba junto a una gigantesca hélice. Era divertido a la vez que surrealista.

En las cubiertas pude ver piezas de artillería. A menudo decoradas por preciosos corales blandos, anémonas y esponjas que conformaban jardines colgantes.

En cambio en los interiores era diferente. Allí reinaban los sedimentos, la herrumbre y la penumbra.

Penetrando en las bodegas descubría cargamentos de vehículos todavía bien estibados, aviones de combate, minas, grandes cantidades de balas de ametralladora aun en sus cajas de madera, botellas que tal vez contuvieron sake, bidones que probablemente contenían aceite aun, y más bombas.

Algunos puentes conservaban el morse todavía en pié. En las salas de máquinas se distinguían fácilmente llaves de paso, indicadores y botones. Me llamó la atención una bombilla, que a pesar de la presión en la profundidad, el tiempo transcurrido y las sacudidas que debió experimentar en el momento del naufragio, permanecía enrroscada sin reventar, como si pudiera encenderse en cualquier momento.

coral blando

Adentrándome aun más en el interior, donde en ocasiones la oscuridad era absoluta, descubría a la luz de mi foco, objetos de uso cotidiano como piezas de vajilla, algún resto de zapato, lo que quedaba de un libro, tela que tal vez perteneciera a un uniforme, utensilios de enfermería. Avanzaba por los pasillos y por las dependencias de la tripulación aleteando con cuidado para no levantar sedimentos que enturbiaran la orientación. Me movía despacio, escudriñando en la oscuridad para identificar en que compartimento me hallaba.

Casi siempre acompañado de uno o mas compañeros como mandan las normas de buceo. Pero de vez en cuando me quedaba solo. Y era en esos momentos en los que tomaba más conciencia de donde estaba.

Había una gruesa capa de sedimento en el suelo que se había ido acumulado durante años. Yo sabía que era muy probable que debajo yacieran restos humanos. Por lo que el divertimiento de la inmersión y la pasión de la exploración se veían interrumpidos por un sentimiento de respeto, que me hacía ser más cauto en mis movimientos si cabe. En cierta manera trataba de no perturbar el descanso de los marineros muertos en aquellos naufragios.

Fujikawa Maru, Heian Maru, Nippo Maru, Shinkoku Maru, son algunos nombres de los barcos que aun perduran en mi memoria. Con la madurez que trae los años, ha cambiado mi percepción de aquel viaje. Pasando de la espectacularidad del lugar y lo épico de la historia, a tomar conciencia de lo que fue aquel 17 de febrero de hace 74 años. Sufrimiento, vidas perdidas y dolor de seres queridos.

Texto y fotografías

Jaume Capellà Villalonga


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