La última regata del Gemio

LA ÚLTIMA REGATA DEL GEMIO

Por Administrador
Nov 3rd, 2018
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CONCURSO RELATOS MARINEROS 2018

 Por  Julio Dolz Colmenero

Hacía tiempo que no navegaba. ¡Maldita crisis! Llevaba ya demasiado tiempo desempleado y mi moral se resentía preguntándome cómo mantener mi velero, el Gemio, un duro 36 pies de principios de los 90 cuidado con cariño y mimos y compañero de mil aventuras náuticas. Emigrar a Dubai para trabajar allí de ingeniero era una posibilidad, pero abandonar mi mar y mi familia era una idea que se me hacía difícil.

Pensando en cómo ahorrar unos euros, me rondaba la idea de darme temporalmente de baja en el Club Náutico. Era noviembre y la temporada de regatas estaba a punto de acabar. Sentía hambre de mar, viento y competición y sabía que las cosas tienen fecha de caducidad y que, si quería seguir compitiendo cada domingo en las regatas sociales, en enero debería renovar seguro federativo, rating, seguro de responsabilidad civil,… Tal vez el próximo año no podría ser.

Mientras esa decisión pendía cual espada de Damocles, una mañana de domingo, mediando una cerveza en el bar de la playa, Nando, patrón curtido, comentó que se ofrecía como tripulante para la próxima regata de solitarios y A2 que se disputaría a mediados de mes. Me gustaba la idea. ¡Una regata a dos! Antes sólo había participado en regatas de equipo, excepto en aquella primera Chocolat Factory donde comprobé que, a manos de dos tripulantes experimentados que conocen el barco y la maniobra, el Gemio navega de forma excepcional.

Desde aquella Chocolat había pasado mucho tiempo y el Gemio había mejorado técnicamente mucho, así que me animé y me apunté.

La previsión del sábado era complicada: de 15 a 20 nudos de poniente, con olas de hasta 1 m,….y posibilidad de rachas de 25 nudos. Era la primera vez que Nando se subía al Gemio, así que pensé en ser cuidadoso y no excedernos con el trapo,…aunque la cabra siempre tira al monte.

Quedé con Nando a las 9 para desayunar y hablar del barco, su comportamiento y la regata. Soplaban ya 18 nudos de Poniente y la temperatura era fría, 13 °C. Tras explicarle la gran tendencia a la escora del Gemio por calzar velas viejas, dadas y bolsonas, acordamos no arriesgar y rizar todo lo posible. 2 rizos estarían bien, y la superficie del génova, mejor reducida a 2/3. Así, el Gemio ya correría.

Al desayuno se nos unieron otros patrones del Club que saldrían en solitario y nos pusimos a hablar de la meteo. La camarera nos escuchaba sin poder evitar una severa mirada maternal.

Es curioso cómo, tras un cierto número regatas disputadas, uno juzga normal salir con la posibilidad de encontrarse 25 nudos o más en el agua. En el norte de Francia y Gran Bretaña eso es algo normal. Pero en el Mediterráneo, no.

El Gemio

Ya en el barco, expliqué a Nando detalles del trimaje, cerré grifos de fondo, aseguré el cierre de los portillos y salimos hacia el campo de regatas. A veces, la suerte acompaña: justo aquella semana había cambiado la bomba de achique (reventada desde septiembre por tercera vez en ocho años) y cambiado los disparadores de los chalecos autoinflables. El ritmo de las puestas a punto a menudo debe ceñirse al de las disponibilidades económicas, pero nunca han de olvidarse.

A Nando, al que no le apasionan los 100 m mariposa en mar abierto, le pareció más que acertado el salir vistiendo el chaleco autoinflable, así que ambos nos los pusimos.

Participábamos en la clase de «Promoción», diseñada por el Comodoro del Club Náutico para que los barcos menos competitivos también pudiésemos disfrutar de las regatas. Nuestro recorrido consistía en salir de la perpendicular de Premiá de Mar hacia la piscifactoría de El Masnou, dejarla por babor, rodearla y volver. Todo un clásico para los habituales de las regatas low-cost de nuestro Club. Sabía que el viento sería racheado y que al aproximarnos al oeste de la piscifactoría entraríamos en una zona en la que la orografía reduce dramáticamente la intensidad del viento de Poniente y donde una reducción de trapo nos penalizaría mucho, pero en esta ocasión la seguridad primaba sobre otras consideraciones. Podían pintar bastos.

Nos juntamos 47 barcos en el agua. Estando ya bien trimados, se dio la salida para Promoción. La hicimos bastante bien, amurados a estribor, obligando al Amanda a respetar nuestra prioridad de paso y desviarse, dejando a Zas-Zas, Mamazú y Trisbius a estribor y barlovento, y con Mimako a sotavento. Eran nuestros compañeros habituales de lucha. La regala de babor besaba el agua. El viento aparente alcanzaba puntas de 25 nudos, que nos obligaban a bajar a sotavento el carro de la mayor para quitarle presión a la vela,…pero Nando conocía bien el oficio y el Gemio era perfectamente dominable. Cuando la fuerza de la racha aflojaba, Nando recuperaba la presión de la mayor subiendo otra vez el carro, siendo nuestra velocidad siempre alta. Tapamos el portillo del tambucho para evitar la entrada de rociones, que se tornaban más y más persistentes a medida que la intensidad del viento aumentaba.

Alcanzamos al Zas-Zas, que en solitario no iba cómodo. Es un barco pequeño y ligero, insuperable con poco viento pero que lo pasa mal con mucho. Decidí pasarlo por sotavento, dejando, a instancias de su patrón, suficiente espacio como para evitar que con un pantocazo su palo tocase el nuestro. Lo pasamos lenta e inexorablemente, disfrutándolo. El Trisbius, un velero muy similar al Gemio con el que tenemos un «match race» pendiente, tenía más barlovento que nosotros y no conseguíamos superarlo.

Nando me hizo observar que metíamos mucho la proa en las olas. El Gemio va siempre muy cargado de cadena para los fondeos baleáricos del verano, por lo que suele hundir mucho la proa en regata. Aquello era relativamente normal, pero cada vez la hundíamos más y las olas empezaban a barrer la cubierta. Nuestra punta de velocidad de 6,4 nudos fue reduciéndose, pero como el Zas-Zas iba quedando atrás, juzgué que eso era obra de la corriente. Registramos una punta de viento aparente de 27 nudos,…mientras nuestra velocidad bajaba un nudo. Empecé a extrañarme.

Al momento, Nando me alertó sobre el hecho de que no habíamos apagado el motor. No se escuchaba, pero las luces estaban encendidas. ¡Olvidé desconectarlo! En las regatas A2 y solitarios, se permite tener el motor encendido y desembragado hasta la misma salida, por si fuese necesario su uso urgente.

¡M…! Pasar al Zas-Zas y verse descalificado por no apagar el motor, era mala cosa. Pasé el timón a Nando y bajé al salón a desconectarlo (el paré del Gemio está allí, bajo el último escalón).

Abrí la tapa del tambucho y al iniciar el descenso por la escalera observé que sobre el suelo del salón había agua y que el motor no ronroneaba. Mala señal.  Contrariado, seguí bajando y  al pisar el suelo, cedió. ¡Horror! Las planchas del suelo flotaban sobre un manto de agua dando la impresión de que la madera sólo estaba mojada, pero al pisarlas, se deslizaron a un lado y caí hasta que mi pie se apoyó en el contramolde, llegando el nivel del agua a mis rodillas. El problema era grave.

En rápida sucesión, conecté la bomba de achique de la sentina, pedí a Nando que dejase de ceñir, avisé al Comité de la existencia de una importante vía de agua y solicité asistencia. Inicié la inspección de grifos de fondo, de popa a proa. El tiempo corría y no sabía cuánto le quedaba al barco antes de hundirse. Los del lavabo, bajo el agua, estaban bien. Para llegar hasta los de la cocina necesité abrir el armario correspondiente, más cercano a proa y más inundado. Al hacerlo, multitud de utensilios de plástico salieron flotando en caótica sucesión. Allí las válvulas también estaban bien. Quedaba abandonar el salón e inspeccionar el camarote de proa, donde había otro grifo. Abrí la puerta con alguna dificultad y me horroricé. Las botas de goma, normalmente encerradas en el arcón de estribor, salieron a recibirme flotando en una piscina de agua. También lo hicieron un bote de KH-7 y otro de Sillit Bang, alegres por abandonar su confinamiento en el arcón, pensando que tal vez había llegado la hora de la limpieza.

El agua llegaba hasta casi mi cintura. Tomamos una ola y vi cómo un enorme chorro de agua a presión entraba por toda la sección del portillo lateral de babor. ¡Dios Santo! ¡El portillo estaba completamente abierto! Aquello era una piscina y bajo los empapados colchones de proa brotaban amenazadoramente los chalecos salvavidas, levantando las tapas de madera.

Inmediatamente, me lancé sobre el portillo para cerrarlo, pero los pernos habían cedido y fue necesario usar el palo flotante de escoba para afianzarlo. Aguantaría. Aunque la entrada de agua quedaba controlada, la situación no era fácil. Volví a popa para lanzar un Mayday en toda regla. Al salir de proa, la puerta del camarote se cerró para no volver a dejarse abrir, fruto del caos de objetos flotantes que la bloquearon.

Mientras tanto, Nando en cubierta no había perdido el tiempo y había arriado el génova, toda una proeza en solitario y con aquel viento. Eso hizo que el barco se estabilizase y el agua de proa fuese poco a poco hacia popa.

El barco del Comité trataba de localizarnos y preguntó por nuestra posición. Con los nervios, yo no acertaba a manejar mi puñetero GPS para dársela; me urgía más achicar el agua con todos los medios disponibles. Les pedí buscar un velero semihundido con sólo la mayor izada, situado a la cola del resto de la flota de regatas que navegaba a dos velas. ¡No sería tan difícil encontrarnos!

Los cubos metálicos de achique se encontraban en el arcón de estribor de la bañera sumergidos en un mar de amarras inútiles. Era necesario achicar agua a más velocidad, pues había tanta que el hundimiento parecía inminente. Tratamos de poner el motor en marcha, pero estaba inundado y fuera de combate. ¡Aquello era una fiesta! Nando y yo bajamos al salón a achicar y echándonos agua el uno al otro con el consiguiente riesgo de autodisparo del chaleco, vaciamos unos 200 l sobre la bañera. Tras un cierto número de autocubetazos, decidimos que sólo uno de nosotros realizase esa operación. Nando subió. Salvamento Marítimo, mientras tanto, informó de no poder acudir por estar ocupados con otros salvamentos; de hecho, solicitaron la ayuda del Comité…

A ojo, debíamos haber embarcado unos 2500 l de agua,…a mano iba a ser difícil vaciarlos pero a veces soy más tozudo que una mula. Llegó la Konka, la zodiac del balizador, que hizo todo lo posible para aproximarse y remolcarnos. Yo salí de aquel túnel inundado que era el salón del Gemio y, mientras Nando arriaba la mayor, traté de confeccionar un aparejo de remolque a proa. Con nuestras amarras no había manera de proceder a un remolque digno. Bajé de nuevo a proa a buscar los cabos de remolque que guardo bajo los colchones,…pero la puerta del camarote se había bloqueado y resultaba imposible entrar. ¡Hay que joderse!

Sólo entonces reflexioné sobre la posibilidad real de que el Gemio se fuese al fondo. Pero ni yo ni Nando se lo pondríamos fácil a Poseidón.

Subí a la bañera. Tres veleros habían abandonado la regata para permanecer a nuestro lado y rescatarnos en caso de hundimiento (la proa estaba realmente muy baja). Ver a otros barcos a nuestro alrededor tranquilizaba. Estaríamos a 3 millas de costa.

La Konka nos lanzó un cabo estrecho de remolque, pero no podía con el peso del Gemio inundado. Al cabo de un rato apareció la motora del Club, la Loca K. Nos lanzó un cabo mejor e iniciamos un lento remolque a puerto. El Comodoro Lluis, al mando de la motora, estaba muy preocupado. Considerando resuelta la vía de agua, informamos de no necesitar la grúa del varador…el problema era llegar sin embarcar más agua por proa.  Dejando a Nando al timón, volví al salón a achicar agua. El nivel se había estabilizado, pero cada tirón del remolque transformaba el salón en una batidora llena de agua y objetos que chocaban entre sí. Curiosa es la marea que se vive dentro de un barco, y no fuera.

En el curso de la regata, otras 6 embarcaciones tuvieron problemas técnicos, abandonando 17 cuando el viento alcanzó casi los 40 nudos.

Cerca del puerto, el cabo de remolque se rompió, enrollándose en el eje de la hélice. ¿Podía pasar algo más? Lluis nos recomendó fondear,…ellos debían ayudar a otros barcos que ahora estaban en peor situación. Cubo va, cubo viene, no le escuché. Nando me pidió subir a la bañera y me lo explicó. Sin remolque y a 300 m del puerto, preferí no fondear y sacar 1/8 de génova para dominar el barco y entrar por bocana a vela. Tomé el timón y, alcanzando 3 nudos, resolví que era posible dirigir nuestra trayectoria, por lo que decidí entrar.

El viento, de poniente, no creaba una ola excesiva en bocana. Amurado a babor, tomé la escollera externa pegado a estribor, sabiendo que al entrar debería virar 90° y pasar de un través a una empopada, perdiendo todo el empuje. Resultaba preciso pegarse lo máximo posible a las rocas de estribor para que el desplazamiento por inercia no nos llevase sobre el muro contrario de la escollera, manteniendo impulso para avanzar y hacer el siguiente viraje a babor ya dentro del puerto, franqueando la muralla interna de la escollera y con suficiente arrancada como para no estrellarnos sobre los barcos del primer pantalán. Tal vez no fuese lo más prudente, pero no se me ocurrió otra cosa.

Al entrar en el canal y virar, todo el viento entró por popa redonda. Nando, preparado, se apañó para que nuestro mini-génova hiciese de espinaker y aprovechásemos el empuje para avanzar por el canal sin caer sobre la escollera interna. Tras avanzar 15 m, viré a babor a un través para inflar génova y ganar empuje. Eso nos permitió hacer una entrada limpia y dirigirnos directos al muelle de capitanía, donde nos esperaba la zodiac del club de vela.

¡Estábamos en puerto! Amarramos y el personal de la Marina y el Club nos ayudaron a conseguir una bomba de achique potente. En dos horas sacamos toda el agua salada, aclaramos con agua dulce y volvimos a achicar. Mientras tanto, otras embarcaciones maltrechas sufrían ante nuestros ojos para entrar a puerto con asistencia.

El Gemio había perdido el motor, la electrónica, el mobiliario y la tapicería, pero se había negado a hundirse, igual que su patrón. Durante los días que siguieron, una nube de compañeros del mar nos ayudaron a limpiar, sanear y reparar. Me sentí inmensamente agradecido ante la inmensa solidaridad de la gente de mar.

Quedaban por delante peritajes, luchas con la compañía de seguros, presupuestos y rascadas de bolsillo. Pero el Gemio seguía a flote. Y, si flotaba, era porque aún quedaban muchas millas por surcar.

 Por  Julio Dolz Colmenero


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