MIEDOS Y FANTASMAS DE LA PESCA EN SOLEDAD
CONCURSO RELATOS MARINEROS 2018
Por Jose Luis Cañavate Jiménez
El sonido efervescente de la espuma marina que golpeaba las costillas de mi chalana, era lo único que el mar me susurraba, en mitad de aquella noche.
Noche mágica, a la luz de la luna menguante y su reflejo plateado y ondulante que mecía la chalana con la que me dispuse aquella noche a pescar.
Noche en la que a pesar de la negativa y preocupación de mi esposa, de dejarme salir solo a pescar, pude convencer con alguna que otra promesa y grandes dosis de naturalidad.
Preparé ilusionado mis nuevos artilugios comprados en internet y con la mente llena de fantasía de grandes mordidas y capturas, me adentre en mitad de la noche a tan solo un par de millas de distancia.
Más bien por precaución y respeto, por ser una distancia alcanzable a nado y cercana a las luces de la costa, que proyectaban un puente imaginario entre mi navío y la oscuridad del mar adentro.
Pensaba yo que en la noche aún teniendo el móvil a mano hay menos tráfico que te pueda echar una mano en caso de avería, y este resultaba ser mi mayor miedo.
La noche estaba serena y las aplicaciones de pesca indicaban buenos augurios sobre la misma.
Yo paré motor y comencé a engodar bajo la luz blanca de una buena lee que estrenaba para la ocasión .
Sin contar con sonar, que me contará la cantidad de pececitos y otras cosas flotantes como bolsas de mercadona, imagino que la profundidad estaría a unas treinta brazas.
Enseguida vi movimiento, estelas plateadas que pasaban bajo el haz de luz y algunos ojos brillantes de cales y bogas que miraban absortos y despistadas el fenomeno que estaba ocurriendo.
Es hay cuando lance mi primera parada, y sin llegar a tocar fondo ya sentí un par de tirones y me decidí a subirla de nuevo.
Un par de jureles medianitos acompañaban al sedal con la satisfacción y mi media sonrisa en la cara, que me excusaban las manos vacías de vuelta a casa.
Un roncador y tres jureles fue el botín momentáneo, mas un pejerrey chico que volvió al agua.
Pejerrey que volvería junto con los otros cuatro peces lagart.
Peces Lagarto que escalonadamente y uno tras otro picaban y mordían los cebos, fastidiándome la lanzada y distrayéndome del cometido.
Malgastaban mi tiempo y me hicieron recapacitar y tomar la decisión de moverme tras la búsqueda de un fondo menos arenoso y sobre todo con menor presencia de ellos.
Motor en marcha y costeando, decidí fondear en un saliente menos resguardado de corrientes y con mayor presencia rocosa, que me daban una sensación de mayor intranquilidad y máximo respeto.
Probé a engodar de nuevo, con aquella pasta a base de anchoa que según el etiquetado y el vendedor me aseguraba la captura y la buena inversión del producto.
La brisa marina sigilosa y helada, húmeda y penetrante estaba empezando a enfriar mis huesos anunciándome la recta final de mi aventura.
Lo fue también una mordida, una mordida en el fondo que me dio un trabajo descomunal.
Una mordida que no cedía al recoger.
Dando marcha atrás a la chalana, girando sobre su eje cual peonza.
Intentando la técnica del agotamiento, técnica que me hacia pensar en cortar el sedal y dar ventaja a la posible presa.
Presa que imaginaba asomando a la superficie, como una gran morena con dientes afilados y ojos hundidos.
Quizás un pulpo enorme, enrollado en el sedal por tanta maniobra, aferrado y atrapado en alguna roca, por sus poderosas ventosas.
Incluso una mantarraya de sombra oscura, tan grande y sigilosa que simplemente no podía recoger, con una gran cola poderosa y su aguijón bien afilado y amenazante.
Ante tanta visión negativa causada quizás por el subconsciente de historias nefastas, programas como monstruos de río, películas de criaturas marinas e incluso pasajes de novelas de Lovecraft, y sus mitos.
Me apartaban quizás de la realidad más simple, que podía ser por ejemplo el haber atrapado el lance entre unas rocas.
En fin, la noche ya estaba contada.
Corté el sedal y con el sabor agridulce de no haber visto frente a frente a mi presa, decidí guardar la versión mas monstruosa de la mordida.
Puse rumbo hacia la bocana del puerto, y volvía con la sensación y el autoconvencimiento de que ante estas grandes gestas, hay que prepararse mejor.
Incluso no hacerlas solo, por la razón de compartir con algún testigo tu experiencia.
Y como si te guiñara un ojo, te serviría a la vez para no dar tantas explicaciones a tu pareja a la hora de contarle tus planes de pesca.
Por Jose Luis Cañavate Jiménez