Viaje por la costa Británica

VIAJE POR LA COSTA BRITÁNICA

Por Administrador
Nov 15th, 2017
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CONCURSO RELATOS MARINEROS SAILANDTRIP 2017

Por Gerardo Seisdedos Alonso

 En el diario La Nueva España de Asturias del día 14 de enero de 2017,  publicaron la siguiente noticia:

 «La mar deja un delfín muerto en la playa de Salinas»

«La mar dejó ayer en la playa de Salinas un delfín muerto. El ejemplar, de pequeñas dimensiones ya que no llegaba a medir dos metros, apareció durante la pleamar de ayer por la mañana a la altura de la escalera número 8 de acceso al arenal, delante del edificio «Gauzón I». El delfín había sido herido, pues tenía sangre junto a una aleta, por lo que dejó un reguero en la arena. […]»

Había nacido ocho años antes de este luctuoso suceso en las aguas del Cantábrico frente a la costa asturiana. ¡Ahí la tenéis!, el día de su nacimiento con su madre. ¡Que felices¡ Si tenemos en cuenta que los delfines viven una media de cuarenta años, se deduce que era aún una adolescente, cuando perdió la vida.

Como ya habréis deducido por el título de este cuento,  lo que «la mar dejó muerto en la playa de Salinas», como decía la noticia del periódico, no era un delfín sino una delfina: la delfina Serafina. Seguramente el periodista que redactó la noticia, era poco observador y no se percató de ese detalle. No queremos pensar que era uno de esos machistas que pululan por doquier; y Asturias no iba ser, claro está, una excepción a la regla machista. Dicho esto -para que quede constancia de que «en todos los sitios se cuecen habas», así como para conocer la verdadera identidad de la protagonista de esta peregrina y desgraciada historia -pasemos ya sin dilación al relato de los hechos.

Delfín con cría nadando

Hasta el día en que decidió independizarse, Serafina vivió con su manada, navegando junto a ellos por las aguas del mar Cantábrico, recorriendo las costas de Galicia, Asturias, Cantabria , el País Vasco. y  la costa francesa desde San Sebastián a Nantes. Se encontraba bien con sus amigos y parientes, vivía tranquila y se sentía querida por sus padres abuelos y demás familia; pero…, quería independizarse, «conocer mundo» el mundo marino, los pueblos y ciudades de sus costas; y, naturalmente, quería hacerlo sola, sin la compañía de la manada.

Esta idea estuvo rondando por su cerebro durante el último medio año. Se sentía adulta, y así lo manifestaba cuando tenía ocasión a los miembros de la manada: -¡Ya soy mayor!-repetía, cuando sus padres no le permitían hacer ciertas cosas. De modo que un día de verano ocho meses antes del luctuoso suceso, le dijo a su amiga Carolina:: -Está decidido, voy abandonar la manada para ir a conocer mundo. Si quieres acompañarme te espero mañana, a la salida del sol, frente a la playa de Arnao.

A la mañana siguiente, muy tempranito, mientras esperaba a su amiga, se entretuvo explorando las pozas y vericuetos que abundan por allí. Luego, como la delfina Carolina no acababa de llegar, esperó un poco más mientras observaba la salida del sol. Un sol radiante, grandote y rojizo, que asomaba por el horizonte, iluminando toda la playa, el Castillete del pozo de la mina y edificios anexos. ansada de esperar y de contemplar el amanecer, decidió partir ella sola, pero en ese mismo instante apareció Carolina dando saltos como una loca.

Delfín saltando atardecer

– ¡Menos mal! -Pensé que no venías. ¿Que ha pasado?

– Nada, que esta noche casi no he podido dormir, por los nervios y la emoción, y ahora quedóme dormida. Y hubiera seguido durmiendo, sin duda, de no haber sido por mi hermano Adelino, que siempre sueña con peleas y broncas y no hace mas que gruñir y dar coletazos, algunos de los cuales los he recibido yo, y lógicamente despertáronme.

Marcharon en dirección a la costa gallega, desde donde Serafina tenia intención de navegar hacia el noroeste, en dirección a las costas inglesas. Su manada no pasaba nunca más allá de la Costa de la Muerte, y tenía mucha curiosidad de ver que había más allá.

Desde la Costa de la Muerte partieron para Plymouth donde llegaron al anochecer. Siguieron navegando a través de  la costa inglesa sin parar hasta llegaro a la Isla de Wight. Allí conocieron a Hugotin y Robyn, dos delfines ingleses y por lo tanto oceánicos, adolescentes como ellas, que vivían con su manada en esta pequeña isla de la costa inglesa. Se hicieron muy buenos amigos y se divirtieron de lo lindo con ellos, durante su estancia en la isla.

Pasados unos días, Serafina y Carolina acompañadas por Hugotin y Robyn salieron de Wigt rumbo a Brighton. De aquí partieron hacia Dover en el condado de Kent. Ciudad que posee el mayor puerto del Canal de la Mancha en Inglaterra,. Después de dar un garbeo  por el puerto fueron a visitar su bonito castillo y otros lugares de interés Cuando se cansaron de corretear por allí decidieron partir rumbo al norte de Inglaterra.

Nadaron sin parar hasta llegar a Newcastle, cerca de Escocia. Pocos kilómetros antes de llegar conocieron a un grupo de delfines, jóvenes como ellos, y todos juntos fueron a visitar la ciudad de Newcastle, situada al noroeste de Inglaterra.  Accedieron a ella a través del rió Tyne, guiados por sus nuevos amigos. A través del río recorrieron la ciudad. A Serafina y Carolina les impresionó y entusiasmó muchísimo esta ciudad, con sus múltiples y originales puentes, así como otras muchas maravillas fluviales.

En el río Tyne conocieron especies nuevas de peces, que degustaron con verdadero placer. Eran mucho más finos y sabrosos que los de los mares, a excepción, claro está, de los pulpos y calamares. Además, muchos humanos, niños y mayores, le echaban comida, jugaban con ellas, las acariciaban, incluso uno de estos niños se atrevió a besar a Serafina, como se puede comprobar en la imagen.

Niño con delfín

La siguiente etapa sería Edimburgo, situada en el sureste de Escocia. Aquí visitaron lugares maravillosos, fantásticos, de ensueño, como solo en Escocia se pueden ver, entre otros, el castillo de de Harry Potter. Los jardines de la calle de los Príncipes, con el castillo de Edimburgo al fondo. Después de visitar diversos lugares de la costa este escocesa llegaron a las Tierras Altas de Escocia, que es una región montañosa, con baja densidad de población  y con un relieve muy abrupto y variado, como podéis comprobar a continuación.

Viaje por la Costa Británica

El principal centro administrativo de la zona es Iverness, a orillas del río Ness, por el que accedieron a la ciudad, después de haber disfrutado de las maravillosas panorámicas de este bello lugar. En esta ciudad pernoctaron ese día y los siguientes. Y hasta se atrevieron a visitar el lago Ness, con las ruinas del castillo de Urquhart, a pesar de la advertencia de los delfines locales, sobre la posible existencia de un monstruo: el famoso Monstruo del Lago Ness.  Lo recorrieron varias veces, por el fondo y por la superficie y no encontraron rastro del célebre monstruo. Solamente, la delfina Carolina, creyó haberlo visto de lejos, cuando regresaban a dormir a Iverness como si de un fantasma se tratara.

Monstruo Lago Ness

Carolina apenas pudo dormir esa noche, pensando en el monstruo del lago Ness y así dijo se lo a sus compañeros al día siguiente. Estos,  recomendaron le no pensar más en él y que no se preocupara, que eso, seguramente había sido una alucinación. De Iverness se trasladaron, sin hacer una sola parada hasta la isla de Skye, en la costa occidental de Escocia y de Skye, después de visitar, entre otros lugares, el castillo de Dunvegan y  de descansar unos días nadaron rumbo a Irlanda.

Un bello día de primavera, a primera hora de la mañana, -cuando apenas el pálido sol había echado sus rayos sobre la mar y los pajarillos saludaban desde tierra la venida del alba y la llegada de las delfinas- llegaron a Irlanda del Norte, concretamente, a la ciudad de Belfast, donde conocieron a unos delfines norirlandeses muy hospitalarios que les ofrecieron cobijo, comida y diversión. En su compañía disfrutaron unos días inolvidables. Sabido es que, al contrario que los ingleses, los irlandeses, son muy abiertos y campechanos. En esta encantadora ciudad conocieron y disfrutaron la música celta, que escuchaban con verdadero fervor procedente de un pub cercano al puerto. Después de agradecerles su hospitalidad, se despidieron efusivamente de ellos y emprendieron la marcha rumbo a Dublín. LLlegaron, a la desembocadura  del río Liffey, al día siguiente. Y por allí anduvieron  o «nadubieron» toda la tarde curioseando.

Cuando el sol, que había estado todo el día entre nubes, decidió salir y dejarse ver, antes de ocultarse en el horizonte para que pudieran contemplar su grandiosidad y hermosura, los delfines subieron por el río a dormir a Dublín.  Mientras navegaban por el Liffey, contemplaban con deleite, desde el río la hermosa ciudad iluminada. Para dormir eligieron un lugar cercano al paseo marítimo, debajo de este espectacular puente. A la mañana siguiente recorrieron todos juntos el río Liffey y pudieron contemplar, ahora de día, las múltiples maravillas de la ciudad.

A  la hora de comer, conocieron a unos jóvenes delfines dublineses, con quienes pasaron el resto del día recorriendo la ciudad.  A última hora de la tarde, los delfines anfitriones, los llevaron a cenar a un banco de peces muy famoso, no muy lejos de la costa, donde había infinidad de apetitosos pececillos. El banquete fue delicioso, aunque breve, pues tuvieron que abandonarlo antes de lo esperado, para huir de los peligrosos y voraces tiburones, que se acercaban también a cenar y, que  seguramente no se conformarían solo con los pececillos. De regreso a Dublín la delfina dublinesa Aislinna dijo a Serafina:

– Esta noche, vamos a escuchar música celta, que es muy buena; al menos a nosotros, los delfines dublineses nos gusta mucho.

-A nosotras también, la escuchamos en Belfast y nos encantó. -Contestó la delfina Carolina, aplaudiendo con sus aletas en señal de alegría.

-Todas las noches en esta época, -siguió diciendo Aislinna -unos músicos callejeros se ponen a tocar en ese puente, para disfrute nuestro y de los humanos, que, a veces, les echan unos papeles y monedas que lo llaman  dinero, y que los pobres necesitan para comer y otras necesidades que ellos mismos se han creado. Dicho esto, la anfitriona y filósofa Aislinna les indicó el sitio donde deberían colocarse para poder escuchar mejor el concierto. Los músicos callejeros hicieron sonar sus instrumentos y el público se fue arremolinando en torno a ellos.

La aterciopelada melodía de la flauta y el murmullo de la bombarda con los acordes del fondo, eran más hermosos que el canto de un pájaro. Más fuerte que el dulcimer y que aquel violín de un violeta oscuro, más efusivo que el flujo aterciopelado de la flauta, más conmovedor que el vasto redoble del tambor, hechizando todo aquel embeleso, sobreponiéndose a los distintos sonidos, resplandeciendo por encima de los diferentes matices y reuniendo todos los instrumentos, se escuchaba al fondo la poderosa voz de la gaita. En las ondas vibratorias del aire flotaba la maravillosa música jamás escuchada, por aquellos boquiabiertos delfines, que, emocionados, ovacionaban clamorosamente a los músicos callejeros.

Grupo delfines

Al día siguiente, después del desayuno, Serafina y Carolina decidieron regresar a Asturias con su manada, y así se lo comunicaron a sus nuevos amigos ingleses e irlandeses mientras desayunaban:

-¡Oh que pronto! Quedaros un poco mas -dijo el delfín Shawnin, entristecido.

-Lo siento -dijo Serafina -pero ya llevamos casi ocho meses fuera de casa y va siendo hora de regresar; nuestras familias nos echará de menos.

-Esta bien pero yo iré con vosotras para estar más tiempo juntas, además quiero comprobar si «yes tan guapiña» Asturias como nos contástéis ¡O!  -dijo Aislinna, emulando el habla asturiana.

Shawnin  y los ingleses Hugotin y  Robín también se apuntaron a viajar con ellas a la «Patria Querida».

Nadaron sin parar durante  la larga travesía, (más de 2000 kilómetros) y sin acercarse a la costa. Aunque el viaje era largo, y pesado, se lo pasaban bien todos juntos, haciendo piruetas en el agua y en el aire, jugando, haciendo carreras…, y cuando había temporal y se formaban grandes olas, haciendo surf,  que les encantaba. Dormían en marcha haciendo turnos, emparejados. Uno dormía dejándose llevar por la estela del otro, que lo mantenía en movimiento y alerta ante cualquier peligro, y así podían desplazarse en superficie sin realizar esfuerzo muscular. Durmiendo a medias, los delfines son capaces de cerrar la mitad de su cerebro, dejando la otra mitad activa, y hacerlo alternativamente, para así descansar un lado cada vez. Por ejemplo, si tiene el hemisferio izquierdo del cerebro desconectado, el ojo derecho no puede ver.

Tardaron  diez días y seis horas en llegar a la costa de la Muerte en Galicia desde Dublín. Allí durmieron toda la noche,  a «cola suelta» y «a enteras» nada de a medias, como hacían durante la travesía oceánica. Se levantaron cuando el sol estaba bien alto y fueron a recorrer la costa de la muerte y echar un vistazo a sus alrededores. En el límite de Galicia y Asturias, pararon a dormir; concretamente en la famosa Playa de las Catedrales,  en Ribadeo. De Ribadeo continuaron por la costa. En Tapia de Casariego se detuvieron  a contemplar el faro, ubicado en un entorno precioso. Luego llegaron a Luarca. Visitaron el puerto y otros lugares interesantes. arribaron a Cudillero pueblecito “guapino”, y pintoresco que fascinó a los delfines británicos. Después de unas horas de estancia en este maravilloso paraje, los seis amigos salieron dispuestos a realizar la última etapa con destino a Arnao, de donde habían salido ocho meses antes y donde las esperaban la manada.

Pero, como en cualquier sitio está el peligro, quiso la mala fortuna que en el último trayecto que les quedaba de su largo navegar, de su gran gira emancipadora, se toparan con unos bellacos pescadores que decidieron pescarlos.

Prepararon los arpones y, antes de que se dieran cuenta los pobres delfines, dispararon seis de estos mortíferos artilugios que dieron todos en el blanco. Mientras los crueles pescadores se entretenían recogiendo los cadáveres de sus amigos, Serafina pudo huir y evitar que la cogieran los salvajes marineros. Aunque recibió un fuerte impacto en el lomo, junto a una aleta. Nadó durante un buen rato hasta llegar a la altura de la playa de Salinas. Y allí, desangrada y con grandes heridas, entregó su vida al mar. Luego, la marea se encargó de llevar su cuerpo ensangrentado y sin vida hasta la misma playa de Salinas. Concretamente a la altura de la escalera número 8 de acceso al arenal, delante del edificio «Gauzón I». Como decía la noticia del diario La Nueva España de Asturias del día 14 de enero de 2017. 

Y colorín colorado este desafortunado y luctuoso cuento “delfinero”, se ha acabado. ¡Descansen en paz!

Por Gerardo Seisdedos Alonso


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